El cielo tenía un tono verdoso, me recordaba
al color que adquiere el océano cuando en su interior está repleto de algas. No
sé porque, me inspiraba una sensación de miedo, de angustia.
Decidí
dejarlo enterrado en el mar de mi mente, esperando que una galerna se lo
llevara, ¡qué ingenua soy!, en mi mente no puede haber galernas, pero la
imaginación es lo último que se pierde o eso dice un dicho popular.
Al llegar a casa me encontré todo preparado,
la cena en el horno, la mesa puesta y… la calefacción encendida; en menos de 20
segundos mis mejillas tornaron a un color rojizo. De repente Jaime apareció de
la nada como una sombra.
- Hace un poco de calor ¿no?, Casi, casi
como en el infierno estamos, -y sus ojos se iluminaron con ese brillo que ya
conocía que me daría problemas.
Me acerqué a él tan cerca que mi aliento le
heló la sangre, como si mi cuerpo se transformara en hielo cuando nuestros ojos
se cruzaban. Perdió la batalla sin haber comenzado.
-¿Qué te parece si cenamos primero y
luego discutimos si hace mucho calor o necesitamos un poco más?
-De acuerdo, pero solo porque la cena huele estupenda y
llevo todo el día con una sensación… que he intentado que una galerna se llevara.
-¿Qué una
galerna qué?...
Me pase más
de una hora intentando explicarle qué era una metáfora y su respuesta fue de lo más inesperada:
-¿Por qué no
cogiste y la enterraste en la arena para que el agua la fuera diluyendo y así
formase parte de ésta, y cuando una buena galerna levantase tal cantidad de
viento que hiciera formaran parte del cielo verdoso que estabas viendo?
Me dejó tan impactada que las palabras se
quedaron alojadas en mi garganta y solo pude abrazarle y descubrir que querer a
alguien se puede hacer de tantas maneras como granos de arenas tiene la playa,
pero saber que alguien te comprende solo hay una.
Jezabel
Luguera ©
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