Hace unos meses,
esquilaron a Platero. Al privarle de
su vellocino, pensé que le llamarían
Ceniciento, pero no, ser el asno específico por antonomasia, de la Literatura
española le ha salvado. Y cuando vi que la dueña le confeccionaba un tapiz
vistoso como las prendas peruanas, me afligí. Una mantita multicolor con las alforjas
acopladas, a ella. ¡Y si lo
vendían…! Luego, me confeccionó una
mantita listada con las alforjas que
casaban con el cobertor. A la cabritilla
no pudo cubrir su lomo delgado, pues cada vez que ella lo intentaba la “Chata”
alargaba su morro y la pisoteaba. ¡Por fin!, se me iluminó el cerebro: salíamos
de excursión. Vi sobre la mesa de la
terraza, mapas, una brújula, balbos de ostras y mochilas. El agroturismo seguía repleto, pero allí
quedaban el capataz y doña Rosalía.
Salimos de Hendaya,
después de desayunar y hacer nuestras necesidades. No era cuestión de usar la pala cada dos por
tres. ¡Guau! Pero antes, Juan Ramón, el encargado, dejó plasmado aquel evento
tan esperado por unos y tan inquietante para otros. El dueño con las riendas de Platero en la
mano, La Chata sujeta a la alforja
derecha y yo a atada a la izquierda del
borrico; Amor se colocó un sombrero de
paja, aunque era septiembre, sobre su
rubia cabellera. Y una hermosa mochila sobre su espalda. La verdad, es que era
un amor, no había cargado todo el peso sobre mis espaldas. La etapa duró hasta bien entrado el
atardecer, pues el vientre me molestaba.
Platero había cambiado del trote al paso ligero, luego lento… y sonaba como un tambor. La chata emitía beees cansados. Gozamos de
una agradable cena, a base de cereales y de agüita fresca de bidón térmico. El Cicerone y Amor abrieron una lata de
Fabada Asturiana( el resto fue a vaciado en nuestros platos .) Yo relamí el jugo que resbalaba sobre la
falda de la abuela.) Platero fue el
primero en cerrar los ojos; yo me acurruqué entre sus ancas, lejos de la
nerviosa y ruidosa Chata.
La segunda jornada,
nos despertamos con el alba. El soberano
desayuno me asustó. Temblé ante la
seguridad de un largo y duro
trabajo. ¡Y así fue! Pateamos horas y más horas. La gente ya se retiraba de la playa. La indiferencia fue recíproca. ¡Arre, Platero!, no frenes Chata, levanta el
rabito “Pintxo”, nos exhortaba Amor.Junto a los tironcitos del guía. Yo empecé a renquear. Apenas disfrutamos de la cena; unos largos
sorbos de agua y lametazos para refrescar el cuerpo. Me dormí junto a Platero sobre el heno oloroso de una
finca. Me despertaron los graznidos
inoportunos de los cuervos. El guía nos
desinfectó las pezuñas con Betadine.
Dimos buena cuenta de lo que no habíamos cenado. Dejamos el lugar tan limpio como lo habíamos
encontrado; un poco mullido y oliendo a animal, el heno.
La tercera etapa, fue
agradable desde el comienzo. Había
caído algo de rocío y nuestras albardas fueron acogidas con dulzor. ¡Qué
hermosos se veían los ojos del puente!
Entraba el perfume del mar y su brisa aligeraba nuestros pasos. Llegamos a un parque embellecido por
frondosas palmeras que extendían su sombra por doquier. Yo me sentía feliz,
disimulaba la cojera y saludaba con mi cola al aire a todos los turistas que
con sus vermouths o “zuritos en la mano, nos saludaban con complacencia. Oí los clis- clis de las cámaras.
-¡Oh, qué
perrito! ¿Puedo acariciarlo?
Manos pequeñas pero confiadas se extendieron
sobre mi lomo, otras se dirigieron al hocico baboso de Platero. Las orejitas nerviosas de Chata también
fueron acariciadas.
-¿Podría sentar a mi
hijita sobre el lomo del borriquito?
Ante el asentimiento
del guía, Platero inclinó su cabeza para que
auparan al bebé Risas, aplausos
sentidos del pueblo turístico se mezclaron con los Aaaas, Beees Guauaus de los
artistas. (La fuente del Manantial nos
ofreció su borbotante líquido).
-Quizá vayan hacia
Belén - comento un niño de unos diez
años.
-No, hermanito. ¿Qué
ves sobre la mochila de la mujer?
- Una bandera roja.
-¡Ah, ya!, llaman a un veterinario.
-Ojalá te
equivoques.
Cientos de manos
nos acariciaron caras, lomos y rabos.
Sería el recibimiento y el adiós que nos fortalecería y sanaría
anímicamente en nuestra aventura.
San
Vicente de la Barquera, a 8 de octubre de 2014
Isabel Bascaran ©
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