sábado, 25 de octubre de 2014

ETAPAS EN EL PERIPLO



                                                 

  Hace unos meses, esquilaron a Platero.  Al privarle de su  vellocino, pensé que le llamarían Ceniciento, pero no, ser el asno específico por antonomasia, de la Literatura española le ha salvado.   Y  cuando vi que la dueña le confeccionaba  un tapiz  vistoso como las prendas peruanas, me afligí.   Una mantita multicolor con las alforjas acopladas, a ella.   ¡Y si lo vendían…!  Luego, me confeccionó una mantita listada con las  alforjas que casaban con el cobertor.  A la cabritilla no pudo cubrir su lomo delgado, pues cada vez que ella lo intentaba la “Chata” alargaba su morro y la  pisoteaba.  ¡Por fin!, se me iluminó el cerebro: salíamos de excursión.  Vi sobre la mesa de la terraza, mapas, una brújula, balbos de ostras y mochilas.  El agroturismo seguía repleto, pero allí quedaban el capataz y doña Rosalía.

 Salimos de Hendaya, después de desayunar y hacer nuestras necesidades.  No era cuestión de usar la pala cada dos por tres. ¡Guau! Pero antes, Juan Ramón, el encargado, dejó plasmado aquel evento tan esperado por unos y tan inquietante para otros.  El dueño con las riendas de Platero en la mano,  La Chata sujeta a la alforja derecha y yo a atada  a la izquierda del borrico;  Amor se colocó un sombrero de paja, aunque era septiembre, sobre  su rubia cabellera. Y una hermosa mochila sobre su espalda. La verdad, es que era un amor, no había cargado todo el peso sobre mis espaldas.  La etapa duró hasta bien entrado el atardecer, pues el vientre me molestaba.  Platero había cambiado del trote al paso ligero, luego lento… y  sonaba como un tambor.  La chata emitía beees cansados. Gozamos de una agradable cena, a base de cereales y de agüita fresca de bidón térmico.  El Cicerone y Amor abrieron una lata de Fabada Asturiana( el resto fue a vaciado en nuestros platos .)  Yo relamí el jugo que resbalaba sobre la falda de la abuela.)  Platero fue el primero en cerrar los ojos; yo me acurruqué entre sus ancas, lejos de la nerviosa y ruidosa Chata.

 La segunda jornada, nos despertamos con el alba.  El soberano desayuno me asustó.  Temblé ante la seguridad de un largo  y duro trabajo.  ¡Y así fue!  Pateamos horas y más horas.  La gente ya se retiraba de la playa.  La indiferencia fue recíproca.  ¡Arre, Platero!, no frenes Chata, levanta el rabito “Pintxo”, nos exhortaba Amor.Junto a los tironcitos del guía.  Yo empecé a renquear.  Apenas disfrutamos de la cena; unos largos sorbos de agua y lametazos para refrescar el cuerpo.  Me dormí junto  a Platero sobre el heno oloroso de una finca.  Me despertaron los graznidos inoportunos de los cuervos.  El guía nos desinfectó las pezuñas con Betadine.  Dimos buena cuenta de lo que no habíamos cenado.  Dejamos el lugar tan limpio como lo habíamos encontrado; un poco mullido y oliendo a animal, el heno.

 La tercera etapa, fue agradable desde el comienzo.   Había caído algo de rocío y nuestras albardas fueron acogidas con dulzor. ¡Qué hermosos se veían los ojos del puente!  Entraba el perfume del mar y su brisa aligeraba nuestros pasos.  Llegamos a un parque embellecido por frondosas palmeras que extendían su sombra por doquier. Yo me sentía feliz, disimulaba la cojera y saludaba con mi cola al aire a todos los turistas que con sus vermouths o “zuritos en la mano, nos saludaban con complacencia.  Oí los clis- clis de las cámaras.

 -¡Oh, qué perrito!  ¿Puedo acariciarlo?

 Manos pequeñas pero confiadas se extendieron sobre mi lomo, otras se dirigieron al hocico baboso de Platero.  Las orejitas nerviosas de Chata también fueron acariciadas.

 -¿Podría sentar a mi hijita sobre el lomo del borriquito?

 Ante el asentimiento del guía, Platero inclinó su cabeza para que  auparan al bebé  Risas, aplausos sentidos del pueblo turístico se mezclaron con los Aaaas, Beees Guauaus de los artistas.  (La fuente del Manantial nos ofreció su borbotante líquido).

 -Quizá vayan hacia Belén  - comento un niño de unos diez años.

 -No, hermanito. ¿Qué ves sobre la mochila de la mujer?

 - Una bandera roja.

 -¡Ah, ya!,  llaman a un veterinario.    

  -Ojalá te equivoques.

   Cientos de manos nos acariciaron caras, lomos y rabos.  Sería el recibimiento y el adiós que nos fortalecería y sanaría anímicamente en nuestra aventura.

                                           
 San Vicente de la Barquera, a 8 de octubre de 2014
                        Isabel Bascaran ©

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