¡Hola, soy yo, Guillermo, si hombre el okupa! ya sé que mi hermana me
apoda así desde que nací porque la destroné, pero ¿qué culpa tengo yo? El día que llegué a este
planeta llamado Tierra, exhausto, cansado, desconcertado, pasé de estar calentito, flotando envuelto en
una bruma, a un estrecho túnel, al pasarlo fue como una luz cegadora y oí ¡que
le corten el cordón! ¿que me corten qué, me sobra algo? Un señor de verde, con
boca verde y gorro verde, me tomó por los pies y boca abajo me dio dos o tres
cachetes en las nalgas ¡plas, plas! me dolió y lloré, así comienza mi vida,
pero ¿esto qué es, qué he hecho, dónde
estoy, por qué me pega? con lo bien que yo estaba.
Después vi
por primera vez a mamá le di un vistazo y me pareció guapa, me besó, hablaba
dulce, su voz me sonaba, examinó los dedos pulgares de mis manos y le dijo al
señor de al lado:
-¡No, no
tiene “dedicortos” como tú!
Resulta
que el señor aquel era mi padre, me cogió, más achuchones, pinchaba, mamá no.
Luego oí:
-Mira,
Cris este es tu hermano.
Aturdido
de tanto manoseo, cegado por los focos, mis nalgas rojas aún por la bienvenida
del hombre verde, me encontré cara a cara con la que según ellos era mi
hermana. Me miraban dos grandes ojos negros, brillantes, desafiantes, yo...
también hice lo que pude, la reté, aprendí a fruncir el entrecejo, llorar ya
sabía, apreté mis puños, que notara los bíceps de mis cuatro kilitos bien
repartidos. Concentrado en esto “fogonazo”, una foto que mi estrenado padre,
nos hizo a los tres, estuve viendo puntitos brillantes un buen rato.
En
casa, las visitas me despertaban en mi cuna recién pintada de azul, antes era
rosa, ¡uag, que asco, rosa, había sido de mi hermana! Me decían ¡Agugus!
tocándome la barbilla que casi me la despellejan, yo pensaba, No os entiendo,
decidme otra cosa ¡por dios! llevo días oyendo lo mismo, así no avanzo,
hablarme normal como:
-Hola
macho, bienvenido, ¿qué planes tienes para el futuro?
No sé
algo más enriquecedor, digo yo, pero no, agugus y más agugus. Traumático fue el
primer encuentro con Marta, la prima de papá, se acercó tanto a mí que su
aliento olía a ajo, y yo acostumbrado a sólo lácteos pues “gomité”, perdón
vomité, ¡qué asco! cada vez que se acercaba. Por no hablar de su vocecita
chillona que se empeñaba, ¡cómo no! en tocar, mi ya desgastada barbilla,
llamándome “lechucita”. ¿Lechucita yo, es a mí? Bueno barbilla ya no me debe de
quedar, ¿o sí?, ¿ojos? sí, porque veo, pero no giro la cabeza todo lo que me da
el cuello como ellas, ¡lechucita! Por si fuera poco, tumbó a mi lado a otro
colega algo mayor que yo, tenía el pelo encendido, ¡socorro! más tarde supe que
era pelirrojo, pero menudo susto llevé. Nos caímos bien, se llamaba Eladito sin
hache, me preguntó:
-¿Tú,
cómo te llamas?
-Por el momento, que yo sepa, okupa.
-¿Ocupa? eso no es un nombre.
-
Ni idea, coleguita, esa de ahí, la que nos está mirando raro me llama así, cada
vez que se acerca y me da un pellizco.
Estuvimos hablando un buen rato sobre nuestras cosas, nuestros padres
nos grababan y se reían, pero seguimos a lo nuestro; yo estaba muy interesado
ya que él tenía más experiencia en esto de nacer, le hice tantas preguntas que
“pelo encendido” se quedó dormido a mi lado, otro día seguiremos ya que se me
han quedado muchas cosas en el tintero, como tú y yo ¿qué somos, primos
caníbales o carnales, el señor de verde te quemó el pelo?
Ana Pérez Urquiza ©
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