miércoles, 24 de diciembre de 2014

LA BRUMA



                                 
                          
  El día atraía a todos los sentidos.   Una atracción casi misteriosa me ligaba con el mar.  Me puse el bañador celeste, un vestido playero y las sandalias Nike; la toalla y la pamela  estaban listas en el auto.  Eché una ojeada a la tabla de mareas: bajamar a las 10:30.  Disponía de horas y más horas para mi paseo y para mis reflexiones junto al mar.  El sol lucía tan majestuoso que me llamaba desde  la playa.

  Ya en el parking, me coloqué las gafas en tiara, me quité el vestido playero, me extendí la crema protectora, a tientas, así la toalla y me froté suavemente los ojos picajosos, ¡cuánta crema desperdiciada!  Me senté en una piedra cercana, con la caricia de la toalla en los ojos.

   El sol había desaparecido al igual que las lágrimas y el escozor.  Según me adentraba en la arena, empecé a sentir frío; aceleré el paso para recuperar el calor.  Ahora eran bultos los que veía pasar a mi lado, se oía la estampida de la gente.  Me alivié en la toalla, sacudí frenéticamente la cabeza como se sacuden los animales cuando salen del agua, y decidí caminar en contra de la marea humana  Llegué hasta El Cabo, hasta la playa del Inserso  El mar iba encabritándose según subía la marea: todo era bruma y agua y me alejé diez pasos de las olas: ¡Adiós a su blandir sobre mis piernas!

El sonido de las sirenas se presentía cada vez más cerca:   uuuh… uuuh…uuuh…y pronto se mezcló con el relincho: iiih,  iiih, iiih  de un caballo.  Este era un sonido estridente, aterrador.  El miedo a ser embestida por las olas o por aquel ser mitológico me paralizó  A unos   pasos,  percibí El Pegaso: el jinete lo flagelaba para que entrara, de cara, al mar.  Pero el equino golpeaba tercamente con sus cascos la arena, echaba niebla por sus belfos, formando  nimbos a su alrededor, reculaba alzando las patas delanteras y optaba por la línea paralela a la playa.  Estaba visto que el cuadrúpedo prefería ser maltratado con el látigo que entrar en las entrañas del abismo.  El jinete y su látigo no fueron capaces de subyugar la voluntad impertérrita del caballo,  y yo me alegré.

  Con la imagen inhumana, doliente y el ambiente salobre, sudoroso, estridente y brumoso seguí alejándome del agua.  No sabía a ciencia cierta en cuál de las cinco playas me encontraba y la marea avanzaba con olas ávidas de la Pleamar.  Si me encontraba lejos de la playa de la Braña, tendría que regresar al coche por la carretera:   expuesta a un atropello, o probablemente, a una mortal caída  ladera abajo.

  Una mancha en la bruma, la mente cual nebulosa,  sin poder orientarme… Volví a percibir los cascos, a galope tendido, los músculos estirados, la bella cabeza afirmante; nuestros ojos se encendieron, vi  un destello de claridad en la bruma, vi felicidad en sus ojos a la par que su salida: La Braña.  A  él le esperaba una ducha reconfortante junto al sustento excelso.

  Cerca de la de la playa de Merón, dubitativos rayos atravesaban la bruma:   ¡A buenas horas…, embaucador y mal amigo! 

          San Vicente de la Barquera, a 27 de noviembre de 2014
                             Isabel Bascaran ©

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