miércoles, 24 de diciembre de 2014

SIN SENTIDO II (CUENTO)




LA BRUMA.

Sara quedó con su hija Béa en llevarla por la tarde para volver a observar a los extraños diminutos del encinar. La niña estuvo todo el día emocionada. Iba a ver seres de cuento pero reales y su pequeña cabecita componía y recomponía con imaginación juegos como si realmente los pudiese hacer.

Sara comenzó a preparar la merienda para su hija. Quedaba bizcocho del día anterior. Cortó un trocito, cogió un plátano del frutero y unas  onzas de chocolate. Su hija que la miraba con ansias de salir dijo: -Mamá. ¿Podemos llevar un trocito para ellos?

-No sé si comerán estas cosas, pero probaremos-. Cortó otro pedacito, lo envolvió en una servilleta de papel grande y roja y junto a un botellín de agua lo metió todo en la pequeña mochila de Béa.

La tarde otoñal era hermosa y sin viento, así que decidieron ir andando para dar un paseo.

-¿Falta mucho mamá?  ¡Me canso!

-Ya falta poco, -dijo su madre, y pensó que quizás fuese mucho trecho para ella, pero recordando que era un torbellino de la mañana a la noche, no creía que fuese para tanto la caminata. No obstante hicieron un pequeño descanso; se sentaron en unas  piedras al borde de la carretera y contemplaron el paisaje con sus grandes montañas y valles.

Por fin llegaron. No había manzanas en el suelo, ni seres extraños pululando entre la hierba, solo vacas pastando en la parte alta de la finca.

-¡Yo quiero verlos! ¡Yo quiero verlos! -decía la niña.

Fueron derechas hacia las rocas con las encinas, y en la penumbra vieron a los pequeños seres acurrucados en el tronco vacío, y al ver a quién les había ayudado, salieron de su escondrijo. Se conoce que tenían miedo de las vacas.

Béa estaba asombrada y dichosa.

-¡Hola! ¿Queréis merendar conmigo? Y sin pensárselo dos veces sacó la merienda de su mochila y el trozo de bizcocho para ellos, que relucía en medio de la gran servilleta.

Los diminutos seres se pusieron alrededor mirando como comía.

-¿Veis? Esto se come, está muy rico. Lo ha hecho mi mamá.

Uno de ellos, el más alto y atrevido dio con su manita un pellizco, se lo llevó a la boca y se lo comió. Al rato fueron todos los demás y poco a poco la servilleta grande y roja se quedó vacía. Ahora parecía una gran alfombra para ellos en la que mostraban su contento levantando sus bracitos, cual alegre baile.
De repente, todos se fueron hacia el montón de bellotas y se pusieron a trabajar. Al rato pusieron con gran alboroto en la muñeca de Béa una graciosa pulsera hecha con los frutos ensartados en un trozo de junco.

-¡Mamá, mamá, mira qué bonita! La niña estaba encantada con el regalo.

La tarde iba pasando. De pronto el sonido de los campanos se escuchaba cada vez más y más cerca. Eso significaba que las vacas estaban bajando hacia donde ese encontraban ellas.

Salieron del recinto y contemplaron estupefactas que una bruma algodonosa se acercaba vertiginosamente y por eso los  animales se ponían al resguardo en la zona baja. En pocos segundos todo quedó blanquecino.

-¡Mamá, qué miedo! No veo y ahora hay vacas.

Aquello, que comenzó como una bruma, se había convertido en una espesa niebla, y lo peor era que habían venido andando.

-Será mejor llamar a tu padre para que venga a recogernos. Me imagino que ya habrá venido del trabajo.-dijo Sara echando mano al bolsillo en busca del teléfono móvil, y sacando la mano vacía. ¡Se lo había dejado en casa!

Sara no tuvo más remedio que coger a su hija en brazos.

¡Cómo pesas, que grande estás ya! –la dijo, estrechándola entre sus brazos y dándole un sonoro y largo beso.

Menos mal que las vacas eran tranquilas; algunas estaban ya tumbadas y pudo ir esquivándolas hasta llegar al camino que enlazaba con la carretera.

-Bueno cariño, ya estas a salvo, pero me temo que tendrás que caminar agarrada de mi mano hasta llegar a casa.

Béa miró a su madre con cara compungida y se apretó contra ella. Iban despacito y por la orilla, encima de la raya blanca para no tener un susto.

Ya comenzaba a oscurecer y vieron en ese momento que la verja de casa se abría y salía un coche.

-¡Es papá! –dijo Béa- Y efectivamente su padre se estaba preocupando un poco al ver que anochecía y que el móvil se había quedado en el mueble de la entrada.

Su hija se tiró en sus brazos…

-¡Papá, papá! Tenemos que contarte una aventura. Existen unos seres muy diminutos…

                   Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ
                            Noviembre 2014

No hay comentarios: