sábado, 28 de junio de 2014

DECIR ADIÓS...





Decir adiós siempre es difícil
y más cuando se rompen las amarras
que te atan a un círculo concreto,
a una vida seguida hasta ese instante,
a un cariño sincero y verdadero
que entregaste sin palabras.

Pero el adiós es algo necesario
y lo precisas, quizás sin darte cuenta.
Es algo que te viene golpeando en las entrañas
y te hace entristecer
cuando lo elevas al presente.

Decir adiós es siempre así,
como una despedida en la distancia,
como la mano de la novia que despide
al navegante en la novela,
o aquella otra que saluda con nostalgia, en la estación,
aquel vagón que ya se pierde por las vías.

Decir adiós es penetrar en las pupilas
y en el llanto,
es comprender que si se llora
es porque un tierno sentimiento sigue ahí, en ese pecho,
del que asoman unos ojos soñadores,
una risa proverbial y cristalina
troceada en mil pedazos
y unos sueños de ilusión
que ahora vuelan por el cielo.

Decir adiós es renunciar a amar
y a la batalla por querer y que te quieran,
es enjuagar nerviosamente unas lágrimas traidoras
que se asoman a los ojos y rebelan sentimientos.

Decir adiós es ser igual a quien se va
y a quien no quiere conseguir un objetivo perseguido,
aunque en esa lucha queden los sudores y la entrega
con la sangre derramada en la batalla.

Decir adiós es escuchar la música del viento
y ver cómo sacude, en la pelea,
esa orquesta irreverente de las ramas de los árboles,
es contemplar a las corrientes de los ríos,
bajando presurosas,
y trazando mil formas caprichosas en meandros y riberas.

Decir adiós es, algo así, como una triste despedida
que encoge el corazón en un instante
o quizás en poco tiempo
y lo eleva a los confines del invierno de la vida.

Decir adiós es apagar las voces de los hombres,
es renunciar a premios
e imposibles basados en los sueños y utopías,
es devolver al niño su mirada
y es entregar aquello que más quieres
sin una condición, ni pedir nada.

Decir adiós es ser igual a la verdad
que escapa presurosa de los dedos,
es admitir que un tiempo, ya pasado, se nos marcha,
que dejas en los labios la sonrisa de una infancia
y vuelas al otoño de tu vida,
buscando en esa alfombra tan dorada,
el sueño que te arrope y te proteja
de recuerdos y fantasmas del pasado.

Decir adiós es hilvanar ahora las palabras
y levantar la vista hasta unos ojos,
es pronunciar sin prisas un te quiero y un te amo
y es admitir que aquí, en mi corazón,
existe la razón de tanta entrega generosa,
de tanto tiempo transcurrido con susurros y suspiros
y es el adiós de un curso que se acaba,
de un tiempo que termina,
de un cáliz que se apura y paladea con delicia.

Decir adiós es más y mucho más que todo esto
y yo sé bien que tú, mi corazón,
también lo sabes y comprendes,
como yo, en este instante,
en que escribo este poema para ti.

Rafael Sánchez Ortega ©
23/06/14

LA DESPEDIDA




Me queda poco tiempo y, aunque sólo sea por mantenerme ocupado para calmar mis nervios, he decidido escribir unas líneas de despedida. No sé bien de quién me despido, porque no tengo familia, ni amigos; así que a lo mejor sólo me despido de mí mismo. ¡Qué más da! ¡Como si nadie lee mi despedida! Me da igual. Dentro de un par de días, ¡quién se acordará de que he existido! Soy un don nadie, un cero a la izquierda, un desgraciado.



No sé para qué tuve que venir a este mundo. He pasado por él sin pena ni gloria. He crecido, he holgazaneado, he comido, me he reproducido y poco más. Ni se puede decir que haya hecho una buena obra ni una mala. Simplemente he estado de paso, sin dejar huella. Eso sí: yo creía que nunca había hecho mal a nadie. Pero me habré equivocado, porque, ya veis, sin comerlo ni beberlo, sin saber por qué, aquí estoy yo, como si nada, contando los minutos que me quedan. Al principio, pensé que se trataba sólo de una pesadilla; que en cualquier momento me iba a despertar y todo seguiría igual. Cuando vi que no, que estaba despierto, y tomé consciencia de mi verdadera situación, creí que debía de tratarse de un macabro error; que cómo me iba a pasar esto a mí que nunca he matado una mosca. Después me fue asaltando la cruda realidad: nada de error; la humanidad es simplemente injusta, necesita sangre. Da lo mismo que tengas culpa o no: un día a alguien se le cruzan los cables y te encuentras con que te ha tocado el mal número. Y no hay nada que hacer, no hay defensa posible, inútil todo pataleo. Lo mejor es lo que he hecho yo: resignarme a mi destino y enfrentarme a él con entereza. Al menos, no darles el gustazo de verme suplicar por mi vida. ¿Quieren arrebatármela? ¡Adelante, valientes! ¡Tomad mi vida en vuestras manos asesinas y disfrutad del espectáculo! Lo he decidido: me iré con dignidad. Ni lágrimas, ni súplicas. Con la cabeza bien alta.



En estos últimos momentos, uno recuerda toda su vida como si fuera una película pasada a cámara rápida. Las imágenes se suceden atropelladamente y hasta se solapan las unas con las otras. Tuve una infancia feliz, sin preocupaciones. Me veo jugueteando por la hierba con mis amiguetes, sin nada mejor que hacer que disfrutar del sol y dejar que la vida fuera un regalo cada día. Me veo, ya más crecidito, siempre rodeado de esas hembritas que iban creciendo conmigo y que cada día me gustaban más. La verdad, siempre me trajo de cabeza el sexo opuesto: apenas tuve uso de razón, ya corría tras ellas por todas partes y las cabreaba todo el día con mis acosos. Alguna vez me llevaba algún guantazo, pero que me quiten lo bailado. ¡Qué recuerdos!



Trabajar, trabajar, lo que se dice trabajar, pues no, ¡para qué os voy a engañar! No he dado golpe en toda mi vida. He sido un vago. Pero yo no tengo la culpa de eso. ¡Qué culpa iba a tener si me lo daban todo! Yo me despertaba por la mañana y, si tenía hambre, comía; si tenía sed, bebía; y si tenía sueño, pues me tumbaba al sol y a dormir. Todo me daba igual. A mí nadie me pidió nada a cambio por lo que me daban, así que nadie me puede reprochar nada. A lo mejor es que me tienen envidia, porque otros tienen que trabajar mucho para obtener lo que yo siempre he disfrutado gratis. La gente es muy envidiosa y lleva mal eso de ver a otros disfrutar de cosas que ellos no tienen. Quizá sea por eso que me han buscado la ruina.



Me van a matar. No puedo hacer nada por evitarlo. Sé que será rápido, pero estoy cagado de miedo. ¡Qué le voy a hacer, no soy un héroe! No sé si mi verdugo será un hombre o una mujer. El resultado va a ser el mismo, pero, puestos a elegir, creo que preferiría un hombre. Las mujeres son más sádicas e igual les da por recrearse con la faena. Los hombres, en cambio, van más a quitarse el muerto de encima ―¡qué desafortunada metáfora me ha salido, será posible!― y, en un visto y no visto, te despachan y listo. De todas formas, no sé por qué me caliento la cabeza con estas disquisiciones, porque tampoco me van a dejar elegir, ¿verdad?



En el último momento creo que pensaré en algo bonito. No sé, ¿en qué podría pensar uno en un momento así?... En un paseo por el bosque… No, ya sé: pensaré en un atardecer cuando hacía el amor sobre la hierba, junto al riachuelo,  a la puesta del sol. ¡Qué felicidad! Ese puede ser un buen pensamiento para una ocasión tan importante. La brisa movía las ramas de los árboles produciendo esa música tan especial que sólo se oye en los bosques. Y el susurro del arroyo le daba un toque de paz a todo el conjunto y parecía que estuvieras en el cielo.



¡Qué digo, en el cielo, si yo no creo en eso! ¡Menuda injusticia se está cometiendo conmigo como para que crea yo en cielos y mandangas! De hecho, si estuviera en mis manos, suprimiría todas las religiones. Y sobre todo, esas absurdas celebraciones donde la gente no hace más que comer y comer como cerdos. Lo primero que me cargaría, sin la menor duda, es la Navidad. No la soporto; la odio con todas mis fuerzas.



Bueno, ya oigo pasos, así que vienen a por mí. Son cortos y diría que son de mujer, ¡hasta en eso tengo mala suerte! Ahora sí he de despedirme. ¡Ay, madre mía, que canguelis! Menos mal que esto de que te ejecuten sólo pasa una vez en la vida, porque de verdad que es un trago desagradable. En fin, me armaré de valor, pero deseadme suerte. No sé qué más puedo deciros, salvo que, si alguna vez pensáis en mí, recordad lo que os digo, que lo sé por experiencia: ¡Es muy jodido ser pavo por Navidad!





José-Pedro Cladera ©

MEJOR DECIR UN HASTA LUEGO





Mire el calendario, marcado con un color rojizo: me informaba que ya había llegado el día 25.

Estaba nerviosa, ¡qué rápido había pasado este año y parecía que fue ayer cuando aterrizaba de tierras canarias, diciendo adiós al sol y el calor!

Todavía recuerdo mi primer día, repetí más de mil veces mi nombre y mi apellido.

-¿Hay alguien nuevo?, si yo me llamo… y así durante las 6 horas de la mañana, quería llorar pero no de tristeza sino de rabia,  no tengo un nombre tan raro ¿no?

Las lagrimas sí brotaron de mis ojos pero de risa, encontré a la gente más dispar y divertida que puede un ser imaginar, yo creo que alguien decidió coger a todos los locos de Cantabria y meternos en la misma clase.

Y no solo los alumnos, los profesores son iguales o peores que nosotros, tenemos de todo, es como ir al supermercado y elegir el producto.

Bueno dejando aparte el lado cómico, la verdad es que este año ha sido sorprendente, diferente, vamos indescriptible,  he aprendido y me he superado a mí misma, la meta que me puse la he logrado  y creo que con creces, pero ¿y la gente que he conocido?, eso no estaba en mis planes y ha sido lo mejor de este año, cada uno de ellos me ha aportado algo que aprender y conocer, podría estar más de una hora contando lo que  he aprendido de cada uno de ellos pero eso me lo quedo para mí, solo decir gracias y hasta septiembres analistas.

         Jezabel Luguera ©

LA DESPEDIDA



                                        

  Las visitas del médico suelen ajustarse a los términos “hola” y “adiós”.  Pero, otras veces, visitas añoradas, encuentros planeados de antemano se resumen en un adiós.  Es cuando nuestra razón se niega a escuchar lo que parece haber sonado en el oído y nos pegamos con lágrimas de “locktite” a las personas queridas.  Nos aturullamos al unísono en múltiples conversaciones.

  Los primeros E mails  anunciaban que la llegada a San Vicente iba a ser el día 17.   Los sucesivos correos ya nos informaban de que el viaje desde Malmo podría sufrir contratiempos por los horarios juguetones, por el trasbordo de aviones o por los trámites de alquiler  de coche  -el dichoso e injustificado “papeleo español”; el encuentro pasaría al día 18.  Sólo las que venían de Suecia, igual, tenían una idea más fidedigna de lo que sucedía.  Nosotras, las que vivíamos en Serdio éramos mariposas que volaban sin rumbo; moviendo las alas con ansiedad y zozobra: ni avanzábamos en nuestros quehaceres, ni descansábamos tranquilas a la espera de nuestras amigas.

PIP, PIP.  Por fin, llegaron hacia las 12 del mediodía.  Karin conducía un coqueto cochecito blanco y Ann Marie hacía de copiloto  Nos abrazamos, nos besamos pero todo sin pausa y con prisa.

Kari empezó con su exposición speedica:  ¡“nosotras ya hemos realizado las compras; vamos a pasar unos minutos con vosotras y nos vamos a comer a “Corre Poco” PEROOO... CÓMOOO...protestamos.  Sin embargo, aquellos ojos azules y dulces nos llegaban al alma.  Su voz era fresca, dinámica.  Sí, disfruto de buena salud; ahora es Ann Marie la que tiene que cuidarse.  Menos mal que tenemos contacto diario, si no hubiera sucumbido ante la meningitis: tengo que cuidarla para que vaya recuperándose poco a poco, (Ann Marie asentía)  También Julia está esperando a una intervención; nos invitó a instalarnos en su casa, pero hemos optado por un hotelito en el pueblo. ¿Y qué tal vuestros hijos?  Ay, Ana, qué perrita más linda.  Nosotras vamos a recoger una en Bilbao para Ann Marie…No, no, gracias; no queremos tomar nada. Y ya, nos tenemos que ir a comer ya que Ann Marie debe llevar a rajatabla el horario.

Muá, muá, muá, muá, muá, muá más otros tantos besos de  Karin.  Os prometemos que el próximo año pasaremos más tiempo a no ser que surja algún imprevisto”!

  La verdad, creo que batimos el récord de los Guinness. Seis personas que se añoran, que desean ponerse al día de las vidas de allá y de acá, con sosiego; sin embargo,  disfrutan del dulce pero escueto lapso de tiempo, de pie y alteradas.

  El cochecito arrancó.  Las mariposas volvieron a agitar sus trémulas alas…
                                      
      San Vicente de la Barquera, a 22 de junio de 2014
                             Isabel Bascaran  ©