Se me está echando
encima la fecha de enviar el tema obligado, y no encuentro la forma de escribir
algo que tenga relación con una coño carpeta.
¡Y cuidado que habrá cosas que guardar en ella! Incluso pienso que estaría dentro de la legalidad de
nuestros estatutos del Taller, escribir lo que se me antojara, y luego
mandárselo a Rafael dentro de una carpeta virtual de esas amarillas que
salen en la pantalla del ordenador con
el título de “Mis Documentos”. Ya tenía
una relación con la carpeta. ¿O no?
Pues que “si
quieres arroz, Catalina”, que no hay forma.
Pero de hoy no pasa: Después de comer fui a Caviedes a un entierro. Un
amigo andaluz. Gaditano, por más señas.
Tendría un par de años más que yo, o a lo mejor ni los tenía. Lo pienso
así porque le saludé en el cementerio de mi pueblo el día de los últimos difuntos, y le encontré mucho más torpe que
yo. Me dijo que había perdido la visión de un ojo, y para caminar, además de
bastón, lo hacía con más comodidad si del otro lado se agarraba del brazo de un
amigo, como se agarró del mío.
Fuimos amigos, amigos. Aunque vivía en la otra
punta del mapa, venía al norte todos los veranos, y sería raro el que no
hiciéramos dos o tres cenas o comidas, juntos.
Su mujer y yo habíamos crecido uno al lado del otro, su casa y la mía
pegadas también la una a la otra; y seguro que hasta alguna vez, uno le había
dado una chupetada al biberón del otro. Y lo entrañable de una amistad que
rayaba en lo fraterno, como eran las que se hacían entonces, perdura hasta la
muerte.
Su
mujer, (esa sí que tenía justo mi edad),
murió en Cádiz hace un par años; quiso que la enterraran aquí, en el pueblo, y
él intentó venirse a vivir aquí para sentirla cerca. Pero los hijos tenían su
vida en el sur, y el hombre no estaba en condiciones ya de vivir lejos de
ellos. Pero dejó dicho que el eterno descanso de sus huesos fuera al lado de su
mujer, y seguro que hoy se sintió satisfecho.
Les di un abrazo a cada uno de ellos, con el
sentimiento de dársele a un familiar cercano, y cuando el cura rezó el último
responso antes de introducir el ataúd en el nicho, se me vino a la mente el
refrán popular: “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar… echa las tuyas a
remojar”. Eso será el día que le dé
carpetazo a la carpeta que encierra mi vida. ¿O no?
Jesús González ©
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