sábado, 18 de abril de 2015

EL CARTEL



                                           
     
  Ya tenemos mascota, un cachorrito de tres meses, de raza Pichón Maltés, es adorable. Mi hermano se salió con la suya después de imaginar a su perro invisible, también papá tenía ganas de tenerlo y yo, mamá, algo más reacia, pero cedió al fin, no sin pautas a seguir como ¿quién le bañaría, llevaría al veterinario, pasearía, etc.?

       Tras una reunión familiar, papá, indagó por Internet, razas de perros. Al ocupa le gustaban todas, desde un Mastín a un Chiguágua, le daba lo mismo, él quería un perro. Mamá una perrita, decía que eran más dulces y fieles con los dueños. Hecha la criba, mi padre contactó, con un criador de bichones en Huesca, nos envió fotos de la camada, eran pequeños peluches blancos; dos dormían, otros jugaban. Después de decidirnos por una perrita y dar los datos bancarios correspondientes, el señor, nos dijo que esa misma tarde salía desde Huesca hasta nuestra casa mediante una conocida empresa de transportes y llegaría por la mañana nuestra perrita.

        Esa noche, pensábamos qué nombre ponerle; mamá propuso Kira, papá Inka, yo Neska y okupa Mía, “¡porque va a ser ¡mía!” No se hable más, pensé, y así fue, se llamaría Mía, como lo eligió el cejijunto de mi hermano.

        Mía, llegó. A papá, el criador le dijo, que por supuesto, aparte del pedigrí en regla, el microchip, le regalaba la jaula transportín y un trajecito de invierno, ya que estábamos en Febrero. A las once de la mañana, llegó la furgoneta de reparto, salimos entusiasmados a la puerta, okupa, aún en pijama, el primero. El señor, entregó a papá la jaulita con una cosita dentro de ella, pequeña, que nos miraba inocente, con ojitos y nariz negro azabache, resaltando en su blanco y sedoso pelaje.

        -¿Qué tal se ha portado? -preguntó, papá.

        -De los que he repartido, la mejor.

        Entramos entusiasmados a casa, mamá, fue la primera en cogerla, Mía, temblando la observaba, mamá se la acerco a su cara, y Mía le dio un cariñoso lametón en la mejilla. Llevaba puesto un trajecito gris horrendo, muy ajustado, que mamá quitó con sumo cuidado y observó, que era un calcetín, si un ¡calcetín! al que le habían cortado la puntera y ¿eso era un traje de regalo?

         A Mía, entre todos la volvimos un poco loca, la manoseamos, besamos, ella movía su rabito blanco y peludo alegre y agradecida, obsequiándonos con continuos lametones; le pusimos el pienso, que también nos habían regalado y agua, comió, bebió y se acurrucó hecha un ovillo en su estrenada cuna, estaba extenuada. Papá, nos dijo que le respetásemos su sueño, ya que era un cachorro, era un bebé perro, nos explicó que le habían arrancado de su madre, hermanos y ahora nosotros éramos su nueva familia, teníamos que ser muy cariñosos con ella, respetar sus horarios, darle juego y comenzar a adiestrarla. Okupa, asentía a todo, yo creo que no se enteraba de nada, porque cuando curva su uniceja, es que está en otra cosa, él, ¡viaja, levita!

            Esa misma tarde, llevamos a Mía, al veterinario, tenía que recibir sus vacunas. Luis, el veterinario, comprobó que su chip era correcto, le realizó un chequeo general y nos dijo que era una cachorrita sana y la cantidad de pienso que debía comer, así como que las primeras noches, Mía lloraría, pero que no le prestásemos atención, debería acostumbrarse al lugar destinado para ella, que en este caso, era un pequeño aseo, al lado de la cocina.

              Por la noche, los gemidos de Mía, se oían desde el piso de arriba, se me encogía el corazón, la casa estaba en silencio, nadie se levantó, yo sí, no pude más. Fui a la habitación de mis padres, di un toque antes de entrar y tras la puerta, oí un “adelante”, muy bajito. Los dos estaban sentados en la cama, apoyados en la almohada.

                 -Mía, está llorando, dije.

                 -Ya la oímos, Cris, también a nosotros nos da pena, pero ya sabes lo que nos ha recomendado el veterinario.

                  -Pero está sola, sin su mamá y hermanos.

                  -Regresa a tu cama, Cris, se acostumbrará.

                   Antes de hacerlo, fui a ver al okupa, para comprobar si estaba despierto y preocupado como nosotros, pero ¡qué va, dormía plácidamente, a pierna suelta!

                    Pasaron los días, Mía se acostumbró a dormir sola, mi hermano, la atosigaba, la cogía, la soltaba, le daba de comer de su bocata ¡lo compartían! le echaba pienso constantemente, la estaba cebando como a un pavo en Navidad, ¿SE LA QUERRÁ COMER?

                     Un día a okupa, le pillamos “a cuatro patas”, comiendo el pienso de Mía en su bebedero, no dábamos crédito ante tal espectáculo, los dos, frente a frente, compartiendo viandas. Era tal la química entre ellos, que Guillermo, el ocupa, mi hermano...dejó de hablar, si, como suena, le preguntabas algo y respondía:

                       -Gruuug...

                       -Guillermo, ¿qué te pasa?

                       -Gruuug...

                       -¡Guillermo!

                       -Gruuug...

                        A todo, respondía lo mismo, le daba igual, fuese lo que fuese...Gruuug...Deberíamos poner en la puerta, un cartel, diciendo:

                         “CUIDÁDO CON EL NIÑO”

                          Ana Pérez Urquiza ©

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