lunes, 11 de enero de 2016

         EL FARO ROCA
 

            -Abuela, ¿cómo se llama el Faro?, -pregunto.

            -No sé, es un Faro.

            -Pero ¿tiene apellido como yo?

            -¡Ah, sí Cris!, Faro Roca. Perdona, hija, estaba distraída en mis cosas de vieja.

  Mi hermano estaba atento a nuestra conversación y dijo:

            -Abu, Abu, quiero ir al Faro Roca.

La abuela, no sé muy bien por qué o sí, creo que pensó en alto, diciendo:

            -Ummm... este niño, cada día se parece más a Joselito.

Pensé que no era un familiar nuestro, se refería, a aquel niño que parecía un viejo recortado, mandíbula saliente, cabezón, que lloraba, lloraba y seguido cantaba en todas sus películas. Nunca entendí esto, ¿llora y después canta? Yo cuando lloro, lloro y que ni me hablen de cantar. Bueno pues a ese se parece el okupa. Tiene razón mi Abu.

            -Mañana, querido, buena idea, iremos los tres al Faro después de comer.

Mi hermano y yo, estábamos ansiosos de que llegara la hora de la comida, nos sentamos a la mesa sin que nos tuvieran que llamar. De primer plato había sopa, la probé, mamá al ver mi gesto, dijo:

            -¡Cómetela Cris, está muy buena!

            -Mamá, tú y yo tenemos gustos diferentes, somos como Mafalda y su madre, te empeñas en que nos llevemos mal por culpa de la sopa.

Frunció el ceño como el Okupa, se le juntan las dos cejas en una y eso significa... ¡peligro, peligro! me la tomé. Abu, dijo:

            -¡Chicos, preparados. Nos vamos al Faro!

Tropezón en el pasillo, tiro a mi hermano al suelo con las prisas, llora y llora (¿cantará después?)

            -Cris ¿qué tienes que decir a tu hermano?

            -¡Que se aparte! -(aquí me la jugué).

Partimos hacia el Faro, la tarde era perfecta bajo un sol otoñal. Nos encaminamos por un verde acantilado, a la izquierda el mar de un azul intenso, se podía oler el salitre desde allí arriba. La abuela iba en medio, dándonos la mano, el Faro cada vez estaba más cerca. Al llegar, miré hacia arriba y casi me caigo ¡qué alto era!, de piedra, una pequeña puerta flanqueaba la entrada. Abu, dio unos golpes con la mano, al cabo de un rato, la puerta se abrió, apareció un señor de edad, cabello y bigote blancos muy alto y aún fornido, sonriendo dijo:

            -Hola Mamen, ¡qué agradable sorpresa!

Okupa, se anticipó diciendo:

            -¡”Gloriciosa” tarde señor!

Ésta ya ha petado ¿gloriciosa?, pensé.

            -Hola Pedro, vengo con mis nietos Cris y Guillermo. Niños este señor es un amigo de la infancia, aquí jugábamos. Él ha vivido en el Faro toda su vida, nació en él ya que su padre también fue farero.

             -Encantado de vuestra visita y tú ¿qué tal estás Mamen?

¡Oh, Oh!, cuando a la abuela le hacen esta pregunta...se te hace de noche y sí, así fue, se nos hizo de noche. Mágicamente el Faro se encendió, arriba en lo más alto con una potente luz que aparecía y desaparecía. Abu echó en falta a mi hermano, le llamó:

            -¡Guillermo...mo...mo...mo! ¿dónde estás...tas...tas...tas? ¡Ven aquí...quí...quí...quí!

Había eco. De pronto apareció deslizándose por la barandilla de las escaleras de caracol del Faro y ¡zas! batacazo en el suelo. Tenía la culera del pantalón de pana degastada ¡y para que un pantalón de pana se desgaste...! Lloró y lloró, que cante que cante, pensé, pero no, esta vez tampoco lo hizo, dijo:

             -¡Señor “farolero”, solo quería ver cómo eran de gordas las pilas del Faro!

Ana Pérez Urquiza ©









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