sábado, 23 de enero de 2016

El Libro

LOS CEREZOS DE CRISTAL
Sofía y Ángela son muy amigas. Aquel sábado de principios de verano fueron al cumpleaños de su amiga Mª Cruz que vivía a las afueras de la ciudad camino del monte. ¡Se lo iban a pasar genial! Tenían muchas ganas de corretear por el campo; una primicia de lo que acontecería con las vacaciones cercanas.
Iban cómodas de ropa, cola de caballo, pantalones vaqueros y deportivas, casi parecían hermanas, las dos rubias, solo que Sofía tenía el pelo muy liso y a Ángela los ricitos se le escapaban por doquier.
Ya estaban en las afueras y comenzaron a subir una pequeña cuesta entre prados y casas de campo hasta que llegaron a una puertecita junto a una fuente de manantial donde su amiga las estaba esperando, así se evitarían dar un rodeo para entrar por la puerta principal.
Se abalanzaron sobre ella entre risas para tirarla de las orejas hasta contar doce. -¡Feliz cumpleaños! -Dijeron al unísono-.Mª Cruz era morena y llevaba el pelo muy corto, su cara era muy graciosa con los hoyitos que la salían al sonreír, por lo demás también se había puesto cómoda.
Abrieron los regalos. Sofía una colonia fresca de moda dentro de una bolsita muy graciosa de patchwork y Ángela un libro “Los cerezos de cristal”. Cuando fue a la librería le llamó la atención el colorido tan bonito de la portada de aquel cuento, quizás fuese para niños más pequeños, la dio igual; se lo compró.
Entraron en la finca, por aquella zona había un pequeño estanque y cerca el gran invernadero, ya que la madre de Mª Cruz tenía una pequeña floristería en la ciudad. Rosas de varios colores, claveles y gladiolos era lo que acertaban a ver cuando se acercaban.
Corrieron y saltaron entre los robles que por allí había y se hicieron coronas de margaritas silvestres hasta que la madre las llamó: -¡Niñas, es que no queréis merendar!- Subieron riendo la pequeña pendiente hasta la casa, tenían la merienda preparada en la terraza entre tiestos de gitanillas de color rosa y comieron con ganas, el ejercicio las había abierto el apetito; luego quedaron relajadas y silenciosas. Mª Cruz cogió el libro de tan llamativos colores, lo abrió y comenzó a leer…
“”Antonio vivía con sus padres en un precioso pueblo, entre colinas y valles. Sus padres vivían del campo y sobre todo de los cerezos. Era una maravilla cuando estaban floridos, parecía que hubiese nevado. A la gente le encantaba ir a verlos, y luego cuando sus jugosos, rojos y dulces frutos estaban en su punto, llenaban cajas y cajas que irían a parar a las fruterías para que todo el que quisiese pudiese disfrutar de semejante manjar en un corto periodo de tiempo.
Antonio veía que se acercaba la hora de ayudar a sus padres y trabajar a destajo. Los frutos  ya pedían ser recogidos, los estaba mirando al final de la tarde y de repente sintió un frio inusual. ¿Estaría helando? Se fue a casa preocupado.
El frío arreciaba; tanto que su padre salió a por unos buenos troncos para encender de nuevo la chimenea, hasta debajo del edredón gordo siguieron sintiendo muchísimo frío. ¡Estaban asustadísimos!
Por la mañana, cuando los primeros rayos de sol asomaron en lontananza, abrieron la puerta y corrieron a ver los cerezos.
¡Estaban preciosísimos, brillaban como nunca, el verde de las hojas puro y transparente, y las cerezas parecían gordos rubíes!
-Pero, qué ha pasado? –dijo el padre. Antonio fue a coger unas cerezas y vio aterrorizado como se deshacían en su mano. Se habían convertido en cristal, un cristal bello y frágil, pero incomestible…
¿Qué sería de ellos? No daban crédito a lo que  veían.
Una voz las sobresaltó..
-¿Ya no tenéis hambre?, ¡Falta la tarta, y soplar las velas!
Mª Cruz, de repente echó a correr y sus amigas detrás de ella. Cerca de la casa  había  algunos frutales, pero ella fue hacia el único cerezo que tenían y con alivio vio que no le pasaba nada, estaban ya casi listas para comer. Se fueron riendo a soplar las velas y la tarde siguió entre juegos y confidencias.
Por la noche Mª Cruz cogió en la cama de nuevo el libro para seguir leyendo y pidió con todas sus fuerzas que no viniera una helada tan gorda y a destiempo como la del cuento.

Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ

Enero 2016

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