martes, 1 de marzo de 2016

EL ENCUENTRO




EL   ENCUENTRO

             Él empezó con las visitas a los concesionarios.  Y un día llegó a casa con los libritos de las casas “Renault, Pegaut, Toyota…” Me explicó con paciencia las ofertas de cada una.

             -Y por una avería, ¿vamos a cambiar de coche?

             - Estuviste a punto de perder la vida…

             Era el 22 de junio.  Dejé la casa como los chorros del oro.  Coloqué el regalo en el asiento del copiloto.  Deposité la basura en los distintos contenedores y con  los ojos resplandecientes por la acción del bello día, emprendí  ilusionada el viaje.   Reposté a unos 150 kms. En la estación “La Pausa”.  No me olvidé de ponerme los guantes; no quería  inspirar gasolina cada vez que acercara la cuchara a la boca.   Pero al igual que ocurre ante la entrada a los aeropuertos –en este caso rociado de tabaco-,  la ropa se esponja de olor vomitivo; tanto el aroma de la sopa de pescado, como el de la carne a la plancha te saben tóxicos.   En la barra, pedí un bocata de tortilla de patatas: este segundo regalo, muy paupérrimo al lado del que vigilaba el coche, iba a hacer las delicias de las papilas gustativas de mi marido.

  El sol se iba nublando a medida que avanzaba por los cinco túneles que rodean Bilbao.  Tras el peaje, fui acelerando el coche hasta que de golpe, éste dio dos fuertes tumbos- y volcaron los bártulos del asiento de atrás, y yo quedé a escasos centímetros del parachoques.  Intenté empujar el coche al arcén, pero había elegido el único penacho donde romper el embrague.  Los camiones retumbaban tal truenos,  la velocidad parecía despegarnos cual bolsas de basura; el cielo oscureció y yo me vi en la antesala de la muerte…

…Y llegó el coche de la “Ertzantza”. Llamó a mi seguro.  Pidieron una grúa.  Y desde la retaguardia, me protegieron hasta que llegó el camión.

Y ya en diciembre, Malcolm alegó que había buenas ofertas para hacerse con un coche nuevo.  Yo me hallaba dispuesta, pues durante seis meses fue despidiéndome de mi coche  A veces, entraba  en él y sin pasarle la bayeta, lo arrancaba.  Después, dejé de sacudirle la arena de la playa, y al aparcarlo le  dirigía un adiós frío.  No obstante,  me volvía melosa ante un largo viaje y sobre todo, al pasar por el punto negro.

   Entramos al local,  Me fijé en el “AurisHybrid”  azul y me gustó.  Una señorita nos llamó a su oficina de butacas de cuero.  ¿Por qué no nos dejó disfrutar de nuestro vehículo? ¡Quizá, nos habíamos equivocado!   Edurne  nos habló del coche como si lo hubiera parido ella:    Se alimentaba de electricidad y gasolina, arrancaba sin llave de contacto  -bastaba con tenerla cerca- era automático, una persona sin pierna izquierda o un Flaminco  serían los más idóneos para conducirlo.  Luego, fuimos de paseo en uno similar.  El lugar de las maniobras no presentaba ningún obstáculo;  yo hice que mi cerebro me obedeciera: 

“¡No hay embrague, no hay embrague…!”y Edurne me felicitó.

Volvimos el 4 de enero.  Firmé la cédula del coche, los papeles del Seguro y todo lo que hacía falta.  Me extrañó que Edurne se pusiera su plumífero; pero, si el coche está allí mismo…

  Pasamos a un pabellón que podía albergar a cien coches o a veinte grúas.  Tanto las paredes así como el techo y el suelo eran blancos.  Una chica pasaba un paño a un coche.  Al fondo, había dos ataúdes cubiertos por lonas blancas.  Nuestra acogedora y hábil vendedora dio un tirón, por un extremo, al toldo, yo así la otra esquina delantera y lo fui enrollando.  El toldo quedó en el suelo, y corrí al encuentro de nuestra joya  ¡Sí, verdaderamente me encontraba ante un recién acicalado bebé!, ¡Qué ganas sentí de acariciarlo!

Éramos cuatro personas y el tesoro azul.  Ahora, hacía falta saber: “cómo y por dónde”  saldríamos de aquel recinto tan hermetizado…


 San Vicente de la Barquera a, 2016-02-11

       Isabel Bascaran ©

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