miércoles, 8 de marzo de 2017

EL DESAYUNO

EL DESAYUNO
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―¡Cierra los ojos y pon las manos! ¡Sorpresaaa!
            Marga, que estaba haciendo la cena en esos momentos, miró a su marido un tanto perpleja, pero se echó a reír y las puso después de haberlas limpiado con el paño de cocina. El sobre era normal, blanco y en su interior, una nota: “VALE POR UN FIN DE SEMANA LOS DOS SOLOS JUNTO AL MAR”.
―¿De verdad? ¿Te has vuelto loco?
―¡Sí, lo estoy! Loco loco…
            Hacía unos días que habían celebrado sus bodas de plata: misa, renovación de votos, comida con su familia más íntima. Hasta sus hijos les hicieron un verso precioso, y placa de plata conmemorativa. Todo había sido muy entrañable.
            ―¿Sabes?, he pensado que, con suerte, podemos estar en el medio de nuestra vida, y quería algo especial e íntimo para nosotros.
            Marga se echó en sus brazos y pensó muchas cosas. ¡Pero qué demonios, en la vida no vienen nada mal estas cosas, aunque sean muy de vez en cuando! No todo iba a ser trabajar y criar hijos…
            Al día siguiente, hizo la maleta y hasta metió los bañadores, por si acaso. Todavía era finales de septiembre y en el norte es buena época. La playa huele a algas. Es tiempo de montañas de algas, de uvas, de berberechos, de…
            Y se fueron a rememorar sus tiempos. Esos que pasaron tan, tan rápidos. El viaje, sin incidencias. Paró el coche junto a una verja de jardín. La chica de la agencia les esperaba para darles las explicaciones pertinentes y la llave.
            ―Espero que esté todo a su gusto. Disfrútenlo. Tenemos muy buen tiempo.
            La casita no era muy grande, pero parecía acogedora, un poco en alto y un sendero cerca que ponía: “A la playa”.
            En el salón, lo primero que Marga vio fue un jarrón con rosas rojas en la mesita junto a la chimenea.
―Otra sorpresa, ¿eh? ―se echó a reír y leyó la tarjeta con misiva de amor.
Salieron abrazados a la terraza, llena de hortensias en macetones. Se estaba bien allí: buenos butacones de jardín y el mar al alcance de la mano.
            ―Te voy a llevar a cenar a ese sitio que nos gusta tanto.
―¿Más sorpresas? ―dijo Marga.
Se pusieron cómodos para caminar y se acercaron hasta el hotelito que tenía unas vistas grandiosas. Aquello estaba bastante animado. Consiguieron una mesa para dos en aquella pradera y pidieron una dorada a la plancha, ensalada y, de postre, tarta de queso con arándanos. ¡Todo estaba riquísimo!
            Se volvieron despacio, saboreando minuto a minuto el paseo con olor a salitre y a algas.
            ―¡Tengo otra sorpresa! ―abrió el frigorífico y sacó una botella de cava.
―¿Pero qué tienes ahí? ―dijo de nuevo Marga.
―¡No se mira; eso es para mañana! ―dijo él.
Buscaron dos copas y salieron de nuevo a la terraza y brindaron por esos años juntos, por la familia que habían creado y sobre todo por ellos, que a pesar de las dificultades, que nunca faltan, seguían en la brecha. Y se quedaron allí, abrazados, contemplando el majestuoso espectáculo del sol escondiéndose por el mar con los destellos rojizos que lo inundaba todo. La noche prometía. ¡Especial, todo era especial!

            ―¡Despierta, dormilona!
            Marga le escuchaba como en sueños, pero era de verdad. La estaba besando por la mañana… ¡Increíble! Abrió los ojos. El sol inundaba la habitación y su marido estaba con el bañador puesto y una camiseta playera. ¡Era tarde, seguro!
            ―¡Tenemos desayuno especial esperando en la terraza!
            ―¿De verdad que has cocinado?
            ―Bueno, cocinar, cocinar… ¡Pero ya verás como todo está riquísimo!
            Salieron a la terraza y se quedó perpleja. La mesita estaba llena de viandas, y muy buenas. En una fuente alargada, un pudin de cabracho, con sus cuadraditos de pan tostado alrededor y su mayonesa en el centro. Otra fuente llena de lonchas estupendas de salmón ahumado, con su limón, mantequilla y tostadas para acompañar. En otra, redonda, había puesto unas lonchas de jamón ibérico que olía…, tenía una pinta… Y por si fuera poco, hasta una lata de Chatka. Un frutero con unos enormes melocotones y, para beber, una botella de Albariño bien fría.
            ―¡Bueno, bueno, bueno!, lo de abrir sobres y latas se te da muy requetebién. ¡Pero esto es un festín!
            Se echó de nuevo en sus brazos. Parecían dos tortolitos recién casados y decidieron disfrutar como lo que eran: dos seres que se seguían queriendo y que aquel impasse les serviría para cargar pilas y seguir en la lucha diaria. El lunes quedaba lejos…

                                                                       Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ

                                                                                  Febrero 2017

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