sábado, 1 de julio de 2017

LA  VISITA
Resultado de imagen de MIRANDA DE EBRO PARA DE TREN

Llegaron exhaustos. Hubo que ir a recogerlos a Miranda de Ebro; aunque apenas quedaba un cuarto de hora  en tren. Los múltiples trasbordos, el acarreo de las valijas, el constante traqueteo los agotó.

Era el mes de agosto cuando Alice y Kenneth llegaron desde Escocia. Como buenos británicos, venían dispuestos a henchirse de cultura y, haciendo oídos sordos a nuestros consejos, salimos a que el ardiente sol nos abrasase. Caminaríamos una media hora entre soplidos. Al llegar al parque de Arriaga, compraron tres helados y se sentaron a la sombra de un árbol. Yo me senté en el banco contiguo —para evitar el calor corporal— dando sorbos al agua. Tres especímenes se sentaron a mi lado y cambiaron sus risas insustanciales por otras de peor gusto: Alice volvía con otros tres helados y la emprendieron con ella: que si el casquete de un guerrero, que si la sotana de un cura —mostraba, a las claras, la falta de pecho y jejejé-jajajá—. Luego, fue el turno de Kenneth por los cucuruchos, y la descripción de los borreguillos: que aquellas medias de algodón que le llegaban hasta las rodillas eran propias de los esquimales,  que las bermudas, la camisa y el gorro hawaianos lo harían ganador del safari de Botsuana —uno, por lo menos, era asiduo a los documentales—. Al tercero lo apodaron  el guirispanish. Y aplaudían su habilidad léxica. Apenas me quedaba agua y, con tanto sudor, pensaba que me deshidrataba. Por fin, se levantaron mis amigos y  el guirispanish, mi marido. Y como, poco a poco, iban perdiendo su escenario, los morralleros se levantaron dando traspiés, desentonando el ”Celedón-Celedón”, portando el resto del kalimotxo.
Echamos un vistazo a la Virgen de la ermita y nos encaminamos hacia casa. Sol intenso y humedad asfixiante. A los diez minutos, nos sentamos bajo una sombrilla ante el bar Goliath. La primera cerveza nos apremió a los toilettes; la segunda y tercera nos refrescaron algo. Ninguna risotada, ni una leve voz…
Alice y Kenneth, agotados, se retiraron. Comentaron que no podían soportar otro día como aquel; que lo sentían mucho.
Yo preparé una tortilla de patatas con una tabla de quesos. Cuando el matrimonio se hubo levantado, se duchó y se sentó a saborear sus manjares predilectos. Parece que superaron su primer contratiempo y se encontraban mejor,  por lo que se dispusieron a salir a la calle como los vitorianos. Malcolm, más solícito que yo, salió con ellos. Alice se compró un abanico —Kenneth, una riñonera de cuero— en los stands de la feria. No podía faltar el paseo por la calle Dato, con los paseantes vestidos de Blusa y el resto, endomingado. Atraídos por el delicioso despertador de pituitarias y exclusivo café de Casa Blanca, esperaron su turno en la terraza mientras saboreaban los helados italianos. La calle Dato era, además, una verbena  en el paraíso.
A las diez de la mañana, descansados, subimos hasta la misma catedral de Santa María con camisas y vestidos floreados, aunque sin olvidar los paipáis y los gorros. La guía nos fue mostrando los últimos hallazgos que se llevaban a cabo en los cimientos —¡era el desarrollo de la historia a sus pies!— y, desde el triforio, nos congraciamos con los artistas que habían construido aquella obra de arte. Aunque habíamos disfrutado de la sombra, ellos se encontraban cansados, mas  accedieron a no romper la exquisitez en nuestras retinas con el uso de las ordinarias escaleras automáticas. Bajamos por el Casco Antiguo, con sus casas típicas en [estructura de] alforjas, con colorido  irisado. Su fatiga se desvaneció tras unos pinchos de tortilla y unas cervecitas. Ya en casa, con la paella de verduras acompañada de abundante tinto de La Rioja, hasta les vi sonreír.
Se olvidaron, durante unos días, de sus maletas. Empezaron a levantarse temprano y, sin ningún ayudante, fueron capaces de visitar el Guggenheim y la bodega Ardanza, en la Rioja Alavesa.
Se marcharon descansados, agradecidos… No les comentamos el asfalto inmisericorde que encontrarían en Zaragoza.

                                                     San Vicente de la Barquera, a 8 de Junio de 2017
                                                                                             Isabel  Bascaran ©


1 comentario:

lns Ángeles Sánchez Gandarillas dijo...

Isabel, me ha gustado. Como siempre, detallista y bien escrito.
¡Cuánto y qué bien!
Abrazo a manos llenas.