sábado, 1 de julio de 2017

LA VEJEZ

Resultado de imagen de desgranar maiz en un banco 
Esta señora se fue acercando a mí con un disimulo increíble. La vi de lejos, y  como pensé que iba a visitar  a cualquiera de mis congéneres y no a mí, ni caso le hice. De repente, un día descubrí que yo era el motivo de su visita y que, lejos de volverse a marchar, se quedó conmigo para siempre. Me quedé perplejo. Porque yo, a pesar de la sabiduría que me ha dado el montón de años que tengo, nunca creí que me atraparía. Pero me atrapó.
Lo primero que hice fue tranquilizarme y pensar un poco. Lo de luchar en su contra, lo descarté porque adiviné rápidamente que el tiempo estaba a su favor, y el tiempo es inexorable. Al principio me hice el tonto, simulando que la cosa no iba conmigo, pero… ya verás:
De  una forma ladina se fue colando en mi mente, y con mucha lentitud, casi de un modo impredecible, transformó mi pensamiento. Todo aquello que hasta su llegada habían sido proyectos, lo convirtió  en recuerdos.
Borró mi posible visión de futuro, por lo que al escribir, que es mi entretenimiento, no me atrevo a predecir sobre ningún tema. Casi ni a discernir entre lo bueno y lo malo. A lo más, solo me atrevo a decir si la cosa me gusta o no me gusta.
La vejez me atrapó e infantilizó mi memoria, haciéndome escribir cien historias de los años pasados, y evocarlas  con la añoranza de quien ha perdido tiempos inmejorables, cuando la realidad es que actualmente  vivimos mucho mejor de lo que entonces ni siquiera pudiéramos soñar. Porque lo que el mundo avanzó en este último  medio siglo pasado es increíble. Tenías que haberlo vivido para que te dieras cuenta de ello.
No obstante, con mis recuerdos, me voy arreglando. Aunque los repita, procuro narrarlos  de formas distintas, y  mientras haya un lector que me haga saber que leyéndolos distrae sus ratos perdidos, me doy por satisfecho. Pero… la vejez es implacable: por todos lados me arrima achaques que algunos médicos se ocupan de mantener a raya. Pero ella, que se ha empeñado en fastidiarme los días que me queden por vivir, se me agarró a las ‘patas’ y ya no creo que me suelte. A Dios gracias, no me duele nada. Pero no puedo caminar sin bastón, y más de doscientos metros seguidos, me es imposible. Lo repito. No me duele nada. Sólo eso, lo que solían decir los viejos de mi pueblo cuando yo no era viejo: ‘Que las piernas no me  llevan’. Que no pueden con el peso de mi cuerpo, y se niegan a trasladar mi esqueleto  de un lugar a otro…
Oye, que no. Que no me estoy quejando de nada. Que lo acepto con muchísima  deportividad, porque la vida es así, y porque ¡pobre de aquél que no llegue a viejo! Te lo cuento para eso, para  que, cuando te llegue el turno a ti, estés prevenido y te hayas buscado un entretenimiento que puedas practicar de sentado. Lo más fácil, la lectura.
Porque eso, lo que te decía más arriba: antes, antiguamente —o sea, cuando yo no era más que un niño—, podías entretener las horas sentado en un ‘bancucu’ desgranando maíz para llevarlo a moler al molino de Mónica, en Las Cuevas de Roiz. O desgranando  alubias para que al día siguiente el ama de casa las pusiera  en ensalada con tocino y chorizo. Pero ya ni se come borona, ni se comen alubias porque son flatulentas…  Que la vida cambió un montón; menos la coño Vejez, que sigue siendo la misma, y más vale tenerla como amiga.


1 comentario:

lns Ángeles Sánchez Gandarillas dijo...

Has escrito una buena enseñanza, por eso, mi querido amigo Jesús, simplemente, quiero llegar a vieja aunque sea con esa amiga: la cachava.
Abrazo apretado.