lunes, 23 de octubre de 2017

Verano

VERANO DE 2017
 Resultado de imagen de verano en cantabria
Fue un verano tontorrón. El sol se burló de los veraneantes: Amanecía muy sonriente y, en cuanto estos pisaban la playa, se escondía tras las nubes y les fastidiaba el proyecto. Hablo del verano en San Vicente de la Barquera, que fue el que yo conocí. A esta gente no le quedaba más remedio que hacer un  turismo extra, aunque en un principio esa no fue su idea. Pero dime tú: si no hacía para playa, ¿qué es lo que ellos venían buscando?, ¿qué otra cosa podían hacer?  Primero, pasearon por los soportales y se dedicaron a CERNER de comercio en comercio. Pero los comerciantes de aquí, que son agudos como ellos solos, enseguida descubrieron, en su forma de mirar, el CONFALÓN que los delataba como turistas que no iban a comprar.
Y volvieron a pasear, soportal arriba y soportal abajo, hasta que les empezaban a doler los pies, como a las caballerías les duelen los corvejones cuando tienen ESPARAVANES. Entonces no les quedó más remedio que subirse al coche y aprovechar para visitar el Santuario de Santo Toribio de Liébana en su año Jubilar, o irse a Cabuérniga en busca de un cocido montañés… Vamos, digo yo.
Tampoco es que lloviera, porque a mi huerto aún sigue resquebrajándosele la tierra a causa de una seca que está dejando vacíos los pantanos de toda España. Por eso digo que el verano fue tontorrón.
Como consecuencia, me tiré  muchas horas sentado en mi casa. Leía, y cuando me cansaba de leer, miraba un poco la tele; pero como tampoco soy ducho en ESTASIOLOGÍA, no me dediqué al estudio de los partidos políticos para decidir a cuál de ellos debía votar en las próximas  elecciones, y me bajaba al pueblo en busca de otro tipo de distracciones.
Las terrazas de bares y restaurantes  estaban abarrotadas de gente que bebían y comían sin descanso. Algunos lo hacían con tal ansia que, más que comer, parecían devorar, y escapé de allí a toda prisa ante el temor de que me diera un ataque de MISOFONÍA.
No deja de ser sorprendente que, con un verano tan  incierto, hubiera en San Vicente  más gente que ningún año. Si le preguntamos a Mari Carmen, a lo mejor nos responde que es porque aquí sabemos OLDEAR muy bien al forastero. Pero ¡coño!, si al forastero le pasa lo mismo que a mí, que desconocemos totalmente tal expresión, ¿cómo sabe él si es bien o mal OLDEADO?
De todos modos, en verano, y también en invierno, siempre se ven cosas curiosas: En un bar, vi a dos catalanes (ajenos totalmente a Francis y a Pedro) que, cuando el camarero dejó sobre el mostrador la vuelta de un euro, los dos le echaron mano al mismo tiempo. Uno tirando para un lado, y el otro para el otro. Oye, ¿quieres creer que lograron TREFILAR la moneda y cada uno se llevó la mitad del alambre? Increíble, ¿verdad?  Pues como te lo cuento. Ninguno de los dos consiguió REPUCHAR al otro. ¡Qué valor le daban al dinero! Supongo yo que les costaría mucho ganarlo; seguramente lo conseguían a base de ZABOYAR y más ZABOYAR ladrillos con yeso, porque si no, tampoco era para tanto…
Y así se nos fueron julio y agosto, y ahora, en septiembre, hice el resumen con las palabras raras, raras, raras que el jefe nos mandó y que procuré colocar en el mismo orden que él las escribió. Empezando por “cerner” (porque en mi pueblo también se le llama “cernedor” al que quiere estar en todas partes al mismo tiempo) y acabando por “zaboyar”, que tiene ‘perendengues’ la palabreja…


Jesús González ©

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