UNA HISTORIA DE MI INFANCIA
El barrio de La Corraliega no era más que
seis casas unidas unas a otras y un corral para todas ellas, que las separaba
de los huertos familiares que teníamos en frente.
Allí vivíamos una nutrida criazón que
alborotábamos lo indecible, porque te hablo del tiempo en que el mayor de todos
tendría nueve o diez años y el que menos rondaría los cinco. José Manuel y
Varisto, en la casa primera; yo, en la tercera; Tinín y Juanita, en la cuarta;
y Teresina, Meliuca, Julianín, Toñín, Soterín y alguno más cuyos nombres se
encargó el tiempo de borrar de mi memoria, en la última de ellas.
Era tarde de primavera y todos juntos,
como en procesión, buscábamos ‘niales’ entre las bardas que había la ‘Güertona’
cuando, de repente, sonó un trueno lejano y, tras él, cayó un chaparrón que nos
hizo correr como liebres a refugiarnos en la socarrena que Sotero tenía frente
a su casa.
Sotero era el padre de toda la reata de
críos que había en la última casa. La mayor de los hermanos, y posiblemente la
mayor de todos nosotros, era Teresina. Teresina era ‘resculitera’, una palabra
que jamás volví a escuchar fuera de mi pueblo, pero que definía de forma extraordinaria
un modo de ser: ‘resculitera’ significaba ser sabionda pero simpática al mismo
tiempo, mandona y amiga de dominar a quienes la rodeaban.
Pues bien, como el tiempo obligaba a
permanecer bajo teja, cogimos un cajón, que nuestra imaginación convirtió en
cuadra, y unos garojos que, para nosotros, fueron vacas ‘tudancas’ con la
cornamenta y la estampa del ganado más esbelto que puedas imaginar. Pero claro,
a Teresina, ese juego no le gustaba, y así, de repente, me ‘ordenó’ que fuera a
mi casa en busca de trapos de los recortes de tela que mi madre dejaba cuando
cosía, para hacer con ellos una muñeca de trapo. Yo me disculpé: “Está
lloviendo”. Ella insistió, ofreciéndome un saco de esparto: “Toma, tápate”. Yo
reusé: “Hoy mi madre no cose, y no hay trapos”. “Pues si no hay trapos, os
quito el cajón y los garojos, que son míos”. Y sin más, nos lo quitó todo.
Varisto, que era impulsivo, le dio un cachete, y ella, como respuesta, el
cachete me lo devolvió a mí, que, al fin y al cabo, fui quien no quiso acatar
su orden. Julianín y Toñín se pusieron de parte de su hermana y, viéndonos en
minoría, optamos por marchar de allí, pero sin renunciar a la venganza:
Había dejado de llover, y le dije a
Varisto: “Vamos a ‘Debajo Casa’, que esa ‘Teresinona’ y ‘esi’ Soterón se van a
enterar de quiénes somos nosotros”.
‘Dejabo
Casa’ era un sitio donde Sotero, el padre de Teresinona, tenía un huerto al
lado justo de otro huerto que era de mis padres, y, sin dudarlo un momento,
fuimos derechos hasta el lugar y, como locos, empezamos a arrancar todo
cuanto había plantado: cebollas, repollos, lechugas, guisantes… Rompíamos todos
los injertos de manzanos jóvenes que encontrábamos a mano, mientras repetíamos
sin cesar: “Mira Teresinona, mira Soterón, pa que aprendáis a no saliros
siempre con la vuestra…” Y nos volvimos a casa, ufanos y satisfechos.
El día siguiente no debió haber amanecido.
Mi tía María, una hermana solterona de mi madre, que siempre vivió con
nosotros, venía de ‘Debajo Casa’ con las manos en la cabeza: “¡Esos demonios de
críos! Me rompieron tos los injertos que hice, y destrozaron la huerta entera…
¡Son la mismísima piel del diablu…!”
Y es que yo sabía que el huerto de
Sotero estaba al lado del de mi familia, pero lo que no sabía es que era
el del lado izquierdo, y nosotros nos vengamos destrozando el del derecho…
Jesús
González ©
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