BESOS DE AIRE
El
calendario me informaba de que marzo llegó sin previo aviso. La primavera hacía
su aparición sin haber preparado el escenario, y mucho menos el telón. El sol
entraba por las aberturas de las persianas para ganarle unos minutos al
despertador y ser él quien me despertara. Abrí los ojos y me encontré esa
mirada gris, tan familiar y misteriosa a la vez, intentado descifrar qué sueños
habíamos compartido mi almohada y yo esa noche. Le respondí a esa pregunta
silenciosa con una mirada de… nunca lo vas a saber, es un secreto entre mi
camarada de sueños y yo.
Cuando
me disponía a salir de la cama y poner mis pies en el frío suelo, empezando un
nuevo día en la realidad, una brisa me lo impedía y me volvía a poner enfrente
de esos luceros grises preguntones. Esta vez no fueron ellos quienes me
hicieron preguntas, sino una carnosa boca enmarcada con la más preciosa de las
sonrisas.
– ¿No
piensas darme los buenos días?
– ¿Los
buenos días, dices? Me has hecho un interrogatorio del que ni el mismo Sherlock
Holmes podría escaparse.
– ¿Yo?…
No te he dicho nada, te he mirado como hago todas las mañanas cuando me
despierto.
– ¿Y
de verdad no sabes cuán preguntones son
tus ojos?
–Pues…
no, la vedad; pero que eso no es excusa para no darme los buenos días.
–Buenos
días, princesa… He soñado toda la noche contigo…
–Eso
no vale, es trampa; usar mi película favorita para ganarme siempre.
–Para ganar una sonrisa tuya, haré
todas las trampas del mundo y no sentiré remordimientos.
Al
fin conseguí tocar el frío suelo y empezar el día con una sonrisa más en mi
corazón. Pero al cruzar el marco de la puerta, esa brisa, ya conocida
anteriormente, me trajo una sensación tan cálida y mágica que paré en seco. Tuve
que volver hacia esos ojos grises y preguntar qué había sido eso. Pero solo
obtuve como respuesta
–Yo
también quiero un zumo de naranja.
Mandé
ese interrogante al océano de mi memoria, en otro momento le mandaría un salvavidas.
El día prosiguió como todos desde que me había independizado, pero, cuando me
disponía a salir de casa, esa
sensación volvió y el náufrago
interrogante volvió con más fuerza que nunca… Mi mente se volvió un remolino
constante todo el día, con un interrogante que siempre se mantenía a flote.
Llegué
a casa con la desesperación a punto de salirme por las orejas en forma de olas
de un océano embravecido y, sin ni siquiera saludar, estreché al ser de los
ojos grises lo más fuerte que pude y así convertirlo en mi tabla de salvación.
–Respira, por favor, y de paso afloja
el abrazo, que el corazón ya está a la altura de la faringe. ¿Qué pasa? ¿Algo
malo en el trabajo? ¿Tus padres? ¿Tú? Habla, que me va a dar algo…
–No, no es nada de eso… Esta mañana,
cuando iba a hacernos el desayuno, he tenido la sensación más mágica y cálida
que jamás he sentido y, cuando te he preguntado, me has contestado que querías
un zumo de naranja. Pero, cuando me iba a trabajar, ha vuelto a aparecer y me
tiene… en un interrogante todo el día.
Me sonrió con ternura,
como cuando una madre sonríe a su hijo cuando no entiende de dónde sale el
dinero del cajero automático:
– ¿De verdad que llevas todo el día
con eso? No te contesté en serio porque pensé que era broma. Esa sensación son
los besos de aire.
– ¿Besos
de aire? –mi cara debía de ser un poema de Bécquer.
–Sí, son los besos que mandamos por el
aire cuando no podemos darlos en persona. Y esa es mi manera de darte los buenos
días o de despedirme de ti si no puedo hacerlo en persona.
–Pues lo único que puedo decirte es…
que quiero más besos: de tornillo, apasionados, de esquimal, piquitos, de aire…
¡Pero más besos!
Jezabel
Luguera ©
1 comentario:
Pues, para que no seas la única que se queda sin comentario, te lo hago yo: muy bonito tu escrito, imaginativo. Y te mando un beso de aire o de lo que sea.
Publicar un comentario