sábado, 3 de febrero de 2018

El BESO

EL BESO
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Siempre le habían impresionado los besos. Quizás porque no le parecía que se tratara de muestras de cariño, sino todo lo contrario, cuando eran demostraciones públicas.

Charo se había enamorado de quien pensó que era el hombre perfecto. Demasiado perfecto, diría yo –había algo en él que me inquietaba en su forma de ser y comportarse–. Ella, muy enamorada, se jactaba ante sus amigas de la suerte que había tenido al conocer a Luis. Le idealizaba. Sus atenciones, sus detalles para con ella, eran muy destacables y, en algunos casos, envidiables.
Tras un noviazgo de dos años, se casaron. Todo lo que rodeó a la boda era de cuento de hadas; un día muy alegre y los novios, muy felices.
Un día más tarde, emprendieron el viaje de novios. Destino elegido por Luis: los primero días serían en París, continuarían en Italia y, por último, Madeira, en Portugal. Durante un mes, estuvieron viajando.
Sus amigos fueron a recibirles al aeropuerto. Estaban felices, no paraban de hablar de los lugares visitados y acordaron reunirse para cenar en su espectacular casa, para contarles con detalle su maravilloso viaje.
Llegó el sábado y todos acudieron a la cita. Estaban deseando pasar una agradable velada con sus amigos y comentar las anécdotas del viaje. A las diez de la noche, estaban sentados a la mesa. Empezaron a degustar un jamón de bellota y un vino de Ribera del Duero. Una vez acabada la cena, pasaron al salón y tomaron café y alguna que otra copa de alcohol.
Luis, a cada momento, ensalzaba las cualidades de Charo y remataba con un beso. Sin embargo, ella se mostraba nerviosa; había algo inquietante en su cara que, a su amiga Laura, le hizo sospechar que algo estaba sucediendo.
Marcharon todos a eso de las dos de la madrugada, comentando lo bien que había estado la cena y lo encantador que era Luis. Laura siguió hacia el coche y no dijo palabra alguna. Marga se alegraba por la suerte de Charo, tenía el marido y compañero perfecto. Sentía un  poco de envidia, pues su pareja era un poco despistada y no tan detallista, no estaba tan pendiente de ella en todo momento.
Habían pasado varios años y, de manera progresiva, todos fuimos perdiendo el contacto con Charo y Luis. Cada vez que intentábamos quedar con ellos para algún evento, siempre tenían excusa para no acudir, y así fue pasando el tiempo.
Laura era la única que sospechaba lo que podía estar sucediendo en casa de su amiga. Cuando se encontraba con ella en la calle y la invitaba a un café para charlar un rato, Charo siempre tenía prisa por algo que tenía que hacer con urgencia, el móvil siempre en la mano y pendiente de los mensajes que recibía.
Se hizo la encontradiza con la madre de Charo e intentó entablar conversación con ella, a ver si lograba enterarse de lo que estaba pasando, pero fue inútil; no estaba dispuesta a hablar de nada y, excusándose en la prisa que tenía, marchó rápidamente. Se quedó sorprendida y muy preocupada; la actitud de la madre de su amiga no era normal, era una mujer encantadora y muy habladora.
Unos días más tarde, la vecina de Charo la paró en la calle y la invitó a tomar un café; necesitaba hablar con ella de un tema espinoso. Le relató algunas situaciones extrañas que sucedían en dicha casa, como voces, algún grito y mucho silencio, y le resultaba raro que nadie visitase a la pareja. Charo evitaba encontrarse con las vecinas y, cuando salía de casa, en raras ocasiones, siempre iba deprisa, sin mirar a nadie y saludando con voz muy tenue.
Estaba claro que algo estaba pasando y por eso llamó a su amiga, a una hora en que posiblemente estuviera sola en casa. Tardó en contestar y su voz le pareció asustada. Quería preguntarle, pero no sabía cómo iniciar el tema. Charo, elevando la voz, se puso a la ofensiva, gritando que la dejara en paz, que estaba de maravilla, que su marido era el hombre perfecto y que era una envidiosa, que ansiaba todo lo que tenía  y cómo vivía. Solo le dio tiempo a decirle que, si necesitaba ayuda, estaría siempre pendiente, a cualquier hora. Lo último que escuchó fueron las palabras de su amiga Charo, llamándola estúpida fracasada y colgando el teléfono. Intentó en los días sucesivos llamar de nuevo, pero nadie respondía.
Pasaron dos largos meses, varios intentos de comunicarse o tener noticias de su amiga, pero nadie sabía nada; o si sabían o sospechaban algo, todos callaban y le quitaban importancia al asunto. Parecía un tema tabú y lo camuflaban con indiferencia; era su vida y el grupo no formaba parte de la misma.
Se sentía fatal –no tenía pruebas, solo eran sospechas y todo el mundo le decía que los dejara en paz y se metiera en sus asuntos, que veía fantasmas en todos lados– y ya resultaba bastante patética, con sus absurdas historias sobre lo que podía estar pasando en casa de Charo. Le costaba dormir. Apenas se concentraba en el trabajo. Deseaba relajarse, pero no podía; su mente la atormentaba, no podía tranquilizarse, estaba asustada. Cada vez que sonaba el teléfono, contestaba rápidamente, creyendo que, al otro lado, su amiga del alma solicitaría ayuda y ella tenía que acudir de inmediato.
Fue pasando el tiempo y el grupo de amigos apenas tenía contacto con Laura, la evitaban; y dejó de llamarles y reunirse con ellos, como solían hacerlo con anterioridad. Tenía nuevos amigos del entorno de su trabajo y planificaban viajes y fines de semana en entornos rurales. Estaba entretenida y casi logró olvidar lo que tanto le preocupaba.
Un viernes, en un descanso del trabajo, salió a tomar café en la cafetería más cercana y se sentó en la terraza, encendió un cigarro y pensó en el fin de semana que dedicaría a cambiar la decoración de su apartamento. A lo lejos, divisó a Charo y a Luis, que se acercaban, y se levantó para saludarles e invitarles a su mesa, pero la intención de la pareja era otra. Se acercaron lo suficiente para mostrarle lo mucho que se querían y Luis le dio un beso a Charo –se prolongó durante unos segundos– y acto seguido se marcharon agarrados, dedicándole una mirada de desprecio, mientras le llamaban ridícula y patética, y sus risas le hicieron daño. Se marchó apresuradamente al notar las miradas de las personas de su alrededor, pues se sentía fatal, estaba a punto  de llorar.
El sábado se levantó pronto y se puso a organizar los cambios en el apartamento. Empezó por el salón, cuyas paredes estaban recién pintadas de un tono lila que daba una sensación de relax al espacio. Colgó algunos cuadros que había comprado en una exposición de pintura de una amiga, colocó unas cortinas de lino blanco con mucha transparencia para que la luz entrase sin reparos y la estancia estuviera  muy iluminada.
La entrada era la zona que necesitaba un cambio total. Pintó las paredes de un gris tan clarito que parecía blanco, unos cuadros y una mesa, en un tono azul mar, donde colocó un jarrón con ramas de eucaliptus verde y una caja de madera para guardar las llaves.
Llegada la noche, estaba agotada. Hizo una cena ligera y decidió acostarse, pues al día siguiente tenía que organizar los armarios y recolocar la cocina. Apagó el móvil y se quedó dormida enseguida.
No durmió bien. Estaba intranquila, se despertó varias veces en la noche y, a las nueve y media, decidió levantarse y revisó el teléfono, para ver si tenía algún mensaje o alguna llamada. Y sí, tenía muchas llamadas y le pareció muy raro; pero lo que más  la alarmó fue que tenía un  mensaje de voz de Charo. Su mano empezó a temblar, no se atrevía a abrirlo, no quería escucharlo, su amiga estaba muy enojada con ella por entrometerse en su vida.
Se preparó un café, se dirigió al salón y encendió el televisor. Cogió el teléfono con mano temblorosa pero con fuerza, se acercó a la ventana y escuchó la noticia trágica del asesinato de una mujer a manos de su marido, y añadieron que la víctima tenía el móvil en su mano y había logrado mandar un escueto mensaje que pasaron a reproducir. Con una voz muy débil, se escuchó: “Laura…, perdóname...”    
El móvil se le cayó al suelo. Gritaba y lloraba con la misma intensidad, rabia, dolor, desesperación e impotencia…


 Nieves Reigadas ©

1 comentario:

jezabel dijo...

¿Y tu decías que no sabias escribir?
pues déjame decirte que te equivocabas, me ha gustado mucho nieves, muy duro pero bello a la vez.
Tienes todo un mundo por descubrir y descubrirnos al resto.
gracias por animarte a este grupo de locos