Desde que leí, hace unos días, en el libro Entusiasmo, de Pablo d’Ors, que el hombre debería nacer varias
veces a lo largo de su vida, no he parado de darle vueltas a la idea. Cuándo y
cómo volver a nacer. ¿Por qué?
Me miro. ¿Cuántas veces he nacido ya?
La primera es fácil. Morí el día que, con aquel vestido rojo de
novia, salí de mi casa de Alberto Aguilera. Se supone que las muertes son tristes,
pero no lo estaba; la segunda vida prometía ser más libre, llena de aventuras.
Iba bien preparada. ¿Con qué me fui? No recuerdo más que una maleta. No tenía
demasiada ropa; el juguete roto, que tanto quería, quedó en la estantería.
¿Cuál era? No lo recuerdo, como la mayoría de los objetos que atesoramos cuando
desaparecen por fin de nuestra vida.
La segunda fue un parto gemelar, diría yo, y más largo. Se fue la
mayor; un año después, la segunda. Diez, veinte bolsas de ropa para dar, de
objetos personales. Sí, de ellas, pero también nuestras. Es otra vida y hay que
viajar libre de equipaje, como dice Anthony de Mello. Aligerar trabajo; ya no
es tan importante tener, sino mirar, escuchar, amar.
¿Y la próxima? Dependerá de cómo de bien vivida esté esta, de cuántas
bolsas de basura consiga no llenar.
Almudena Pascual ©
Ruiloba, 18 de febrero de
2018
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