
“Playa de Riazor”, petrolero. Destino: Golfo Pérsico.
Peso bruto: 53.600 toneladas.
Peso muerto: 103.000 toneladas.
Eslora: 252,00 metros .
Manga: 39,00
metros .
Punta: 18,92
metros .
Velocidad: 16,40 nudos.
Botadura: 7 de julio de 1970.
Tripulación: 52 personas.
Fue el mayor buque botado hasta entonces en el norte de
España. Perteneciente a la Naviera Fierro.
Elisa ya estaba arrepentida de haber preguntado a su
suegro... ¿Cuántas toneladas...? No la dejó terminar. Le lanzó lo arriba escrito
así, a bocajarro. ¿Para que no hiciera más preguntas?
Ella llevaba escasos meses casada con Luis. Era el año 1980.
Veintitrés añitos, tímida, educada. Su suegro era el capitán del Playa de
Riazor: hombre correcto, frío, distante; delgado, pelo muy negro, engominado, y
un gran bigote, también negro.
El estrenado matrimonio recibió, un sábado, una llamada
telefónica, muy temprano, como siempre, de la estrenada suegra de Elisa:
–Elisa, ¿os he despertado?, ¿qué hacéis, hija?
Elisa, para sus adentros: ¡Pués dormir! ¡Son las ocho y
media y sábado!
Pero respondió;
–Desayunando.
–Os llamo para comunicaros que el viernes viene tu suegro a
la ciudad y quiere que subamos los tres al barco. Estará fondeado a ocho
millas, como siempre.
El viernes por la tarde, estaban los tres y un marinero
sentados dentro de la embarcación del práctico del puerto. Primavera, sol,
buena temperatura; pero el Mediterráneo, movidito. Elisa, inquieta; su marido y
suegra, tranquilos, charlaban animadamente. Al cabo de una interminable
navegación para ella, el práctico realizó la maniobra de abarloar. Elisa miró
hacia arriba; le pareció imposible subir hasta allí. Una escalera de gato
interminable, desplegada en la borda del gran buque, la esperaba, con cabos de
cuerda y peldaños de madera, y allí arriba, unas cabecitas asomadas. Su suegra,
decidida y acostumbrada, fue la primera en trepar, a la voz del marinero, que
les explicó:
–Cuando suba con la ola el práctico, es el momento de
sujetarse a la escala.
¡Dios mío!, pensó Elisa. Siguió a su suegra, a la voz de “¡ahora!”
del marinero. Sin saberlo, comenzó a subir, peldaño a peldaño, aferrada a las
cuerdas. Notaba como le dolían los dedos, seguida de Luis, que le decía que no
mirase para abajo.
Ya a bordo, les recibió, el marido, suegro y padre, en ese
orden. Elisa se asomó por la borda –¿yo estaba ahí abajo?–, pero se hizo la
valiente. Ante la pregunta de su suegro, respondió:
–Estoy bien, gracias, Julio.
El petrolero era enorme. Les llevó a su camarote. Era como
la habitación de un buen hotel: paredes enteladas verde hoja, gran cama,
armario empotrado, escritorio de madera, sillón de cuero, baño, televisión,
suelo enmoquetado, también en verde. Hizo que les sirvieran café y pastas. Más
tarde, Elisa y Luis fueron con Julio por las salas de máquinas; su suegra, no,
ya lo tenía muy visto. Les presentaba a los tripulantes que se iban
encontrando. Las máquinas eran impresionantes, dos o tres pisos, un calor
sofocante y ruido, mucho. Luego, los camarotes del personal, habitación del armador,
comedores, etc. A Elisa le encantó el llamativo puente de mandos, enorme,
tantos aparatos, y los grandes ventanales. Julio les contó que, a la gran
chimenea del petrolero, en Guinea, la ametrallaron, y que esto era súper
peligroso, ya que iban a tope de
petróleo y a la menor chispa..., ¡BUM!
Llegó la hora de partir. La bajada a la barca del práctico
la realizó primero Luis, como buen caballero, y luego la suegra y Elisa. Todo
bien, hasta que le tocó a ella. El fornido marinero, muy pendiente, cuando el
práctico subió con las olas, grito “¡Ahora!” Pero Elisa no coordinó y se soltó
de la escalera de gato a destiempo. –¡Aquí me quedo, aplastada entre el buque y
el práctico!– Fueron segundos en el aire y, de pronto..., unos brazos fuertes,
fornidos, le hicieron mucho daño en la cintura. Zarandeada, se vio a bordo de
la embarcación, sana y salva, abrazada por Luis.
De esto hace treinta y ocho años y ella aún recuerda que se
sintió como un juguete roto, volando en los brazos de aquel marinero que le
salvó la vida, y eternamente agradecida.
Ana Pérez Urquiza
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