LA PREGUNTA

Me desperté al oír junto a su ventana
el sonido de unos pájaros que golpeaban el cristal, reclamando sus migas de pan
matutinas.
Preparé un desayuno sano, como
aconsejan algunas nutricionistas del panorama nacional: pan integral, un lácteo
y una fruta.
Abrí el ordenador y busqué en la
sección de economía para informarme del estado de la bolsa, importaciones, exportaciones,
crecimiento económico, el Ibex 35 y la prima
de riesgo, que tanto nos afectaba y condicionaba.
Decidí que pasaría por la sucursal de
mi banco, a ver qué pretendía el director con tanta llamadita. Venderme un
seguro, segurísimo, que, según algunos expertos, son la nueva estafa
bancaria. Me libré de la estafa de las preferentes, y eso que fue persistente
el susodicho: me invitaba a tomar algún vino y alguna que otra comida y, al
llegar al postre, ya empezaba a hablar sobre lo que me interesaba para mis
activos.
Me duché, maquillé y me vestí, con un
estilo de secretaria de multinacional francesa, sobria y elegante. Me perfumé,
cogí el bolso y salí del apartamento.
–Día de negocios –pensé.
Me acerqué a la entrada de la sucursal,
llamé al timbre y, al momento, la puerta se abrió y entré. Había mucha gente
esperando su turno y, entre todos, destacaba un señor de mediana edad, que
requería la presencia del director, el cual salió de su despacho
apresuradamente para atenderle personalmente.
El señor le repetía que tenía que emprender un viaje en dos horas
y que necesitaba su dinero para realizar unos pagos y para el viaje. Le amenazó
con retirar su cuenta corriente ese mismo día y le apremiaba a resolver su
problema de inmediato.
El bancario, que siempre se mostraba
muy altivo, empezó a palidecer, no hablaba, balbuceaba excusas sin sentido y le
temblaban las piernas –es de suponer que la cuenta del cliente VIP debía de ser
importante, a juzgar por el nerviosismo del individuo.
Después de una larga espera y de
mirarnos unos a otros, el cliente se acercó a mí.
–Buenos días, señorita.
–Buenos días –le respondí, y entablamos
una conversación muy animada. Hablamos de su problema y yo le aconsejé que se
tranquilizara hasta que llegara el furgón del dinero y pudiera realizar su
retirada de fondos.
El cliente atendió una llamada de
teléfono de un familiar, le explicó la situación, le hizo unas recomendaciones
y colgó.
Al momento, se dirigió de nuevo hacia
mí y me dijo que, gracias a mi belleza y
serenidad, le había hecho la espera soportable y no pensaba tomar represalias,
ni retirar su dinero de la sucursal.
Me quedé
impactada. Todo el mundo me miraba y creo que me ruboricé. Miré al bancario:
estaba recuperando el color perdido y esbozó una sonrisa de alivio.
Llegó el tan ansiado furgón del dinero
y el asunto del cliente se resolvió. Antes de marchar, se dirigió de nuevo a
mí, me tendió la mano y me dijo que había sido un placer conocerme. Le contesté
que el placer había sido mío.
Me tocó el turno y fui atendida por el
director, con amabilidad extrema y dándome las gracias repetidamente. Le
respondí que no siguiera humillándose más, pues me estaba sintiendo incómoda.
Al ver mi negativa de contratar el
seguro que me ofertaba, no insistió, no se veía con fuerzas, estaba
recuperándose de los angustiosos momentos pasados.
Salí de la sucursal y pensé…
–¿Debería haber denunciado en la
Guardia Civil o en el Juzgado, por violencia machista, a un señor tan educado y
deferente, permitir que fuera detenido, pasara cuarenta y ocho horas en un
calabozo y posteriormente puesto a disposición judicial, para que fuera juzgado
y condenado en un juicio rápido a indemnizarme, con una orden de alejamiento,
por haberse atrevido a resaltar mi belleza
públicamente?
Al llegar a casa, salí al balcón y, al
instante, me vi rodeada de pequeños jilgueros que se alegraban egoístamente de
mi presencia, esperaban sus migas de pan, y creí entender, por su forma de piar,
que me decían: gracias, guapa.
Nieves Reigadas©
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