miércoles, 25 de abril de 2018

LA PREGUNTA


LA PREGUNTA
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Me desperté al oír junto a su ventana el sonido de unos pájaros que golpeaban el cristal, reclamando sus migas de pan matutinas.
Preparé un desayuno sano, como aconsejan algunas nutricionistas del panorama nacional: pan integral, un lácteo y una fruta.
Abrí el ordenador y busqué en la sección de economía para informarme del estado de la bolsa, importaciones, exportaciones, crecimiento económico, el Ibex 35 y la  prima de riesgo, que tanto nos afectaba y condicionaba.
Decidí que pasaría por la sucursal de mi banco, a ver qué pretendía el director con tanta llamadita. Venderme un seguro, segurísimo, que, según algunos expertos, son la nueva estafa bancaria. Me libré de la estafa de las preferentes, y eso que fue persistente el susodicho: me invitaba a tomar algún vino y alguna que otra comida y, al llegar al postre, ya empezaba a hablar sobre lo que me interesaba para mis activos.
Me duché, maquillé y me vestí, con un estilo de secretaria de multinacional francesa, sobria y elegante. Me perfumé, cogí el bolso y salí del apartamento.
–Día de negocios –pensé.
Me acerqué a la entrada de la sucursal, llamé al timbre y, al momento, la puerta se abrió y entré. Había mucha gente esperando su turno y, entre todos, destacaba un señor de mediana edad, que requería la presencia del director, el cual salió de su despacho apresuradamente para atenderle personalmente.    
El señor le repetía que tenía que emprender un viaje en dos horas y que necesitaba su dinero para realizar unos pagos y para el viaje. Le amenazó con retirar su cuenta corriente ese mismo día y le apremiaba a resolver su problema de inmediato.
El bancario, que siempre se mostraba muy altivo, empezó a palidecer, no hablaba, balbuceaba excusas sin sentido y le temblaban las piernas –es de suponer que la cuenta del cliente VIP debía de ser importante, a juzgar por el nerviosismo del individuo.
Después de una larga espera y de mirarnos unos a otros,  el cliente se acercó a mí.
–Buenos días, señorita. 
–Buenos días –le respondí, y entablamos una conversación muy animada. Hablamos de su problema y yo le aconsejé que se tranquilizara hasta que llegara el furgón del dinero y pudiera realizar su retirada de fondos.
El cliente atendió una llamada de teléfono de un familiar, le explicó la situación, le hizo unas recomendaciones y colgó.
Al momento, se dirigió de nuevo hacia mí y  me dijo que, gracias a mi belleza y serenidad, le había hecho la espera soportable y no pensaba tomar represalias, ni  retirar su dinero de  la sucursal.
            Me quedé impactada. Todo el mundo me miraba y creo que me ruboricé. Miré al bancario: estaba recuperando el color perdido y esbozó una sonrisa de alivio.
Llegó el tan ansiado furgón del dinero y el asunto del cliente se resolvió. Antes de marchar, se dirigió de nuevo a mí, me tendió la mano y me dijo que había sido un placer conocerme. Le contesté que el placer había sido mío. 
Me tocó el turno y fui atendida por el director, con amabilidad extrema y dándome las gracias repetidamente. Le respondí que no siguiera humillándose más, pues me estaba sintiendo incómoda.
Al ver mi negativa de contratar el seguro que me ofertaba, no insistió, no se veía con fuerzas, estaba recuperándose de los angustiosos momentos pasados.
Salí de la sucursal y pensé…
–¿Debería haber denunciado en la Guardia Civil o en el Juzgado, por violencia machista, a un señor tan educado y deferente, permitir que fuera detenido, pasara cuarenta y ocho horas en un calabozo y posteriormente puesto a disposición judicial, para que fuera juzgado y condenado en un juicio rápido a indemnizarme, con una orden de alejamiento, por haberse atrevido a resaltar mi belleza  públicamente?
Al llegar a casa, salí al balcón y, al instante, me vi rodeada de pequeños jilgueros que se alegraban egoístamente de mi presencia, esperaban sus migas de pan, y creí entender, por su forma de piar, que me decían: gracias, guapa.

Nieves Reigadas©


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