EL ELENCO

I want to know the truth!, I want to know
the truth!, grita El Imberbe Despiojado. Fuma porros, fuma colas y sopla velas. De
lo otro, no sopla; sólo sopla el viento del amanecer.
Los Vaqueros Asesinos
han hecho acto de presencia, así, de sopetón, como les gusta a esos miserables
hijos de perra. Te han amputado unas cuantas extremidades y, hasta hace un rato,
te perseguían con la sierra eléctrica caliente, viscosa y con tropezones del vecino.
Tenemos que acabar con ellos si pretendemos descansar. Ese es el dilema: si liquidar
a los vaqueros o a los vecinos.
Ármate de valor y
baja a la cocina a desayunar, seguro que está esperando El Niño Atento. ¡Mírale!
Como siempre, agazapado, inmóvil; sólo sus ojos dicen y espera recibir unas
migajas de cariño, se conforma con bien poco. Pero él lo sabe todo, es El Niño
Atento y no quiere que termine. Ha permitido que El Vampiro regrese y se postre
con su capa detrás de la cortina bamboleándose al son del viento y de Vanessa
Atlanta.
Más tarde,
vendrá El Viejo del Zurrón; como siempre, desnudo y con su saco en bandolera. Se
sentará en la silla ergonómica con ruedas de carreras. Se acicalará el
sombrero, sacará el cuchillo y, con su culo al aire, empezará a comer queso
curado, muy curado. No molesta, sólo ensucia, que es más engorroso.
Que termine la
merienda y empiece el espectáculo: los niños se han quejado de dolores bucales.
El Enano del Martillo espera el gran silencio; entrará en sus habitaciones;
subirá a sus almohadas de un salto mortal; levantará con fuerza el martillo
hidráulico y les golpeará los dientes hasta destrozárselos, para que vayan
ahogándose poco a poco, mientras dormitan con pesadez, en su sangre dulce y
caliente. Ellos lo desean, porque siempre obtienen su recompensa; es el precio
que hay que pagar, y es mucho mejor que cantar en un coro con más niños, en un
sótano lúgubre. La colada no puede esperar más, ha sido una auténtica sangría.
Y te preguntas:
¿esto ha pasado de verdad o es sólo el germen de un spin-off psicotrópico?
Sólo quiero
saber la verdad.
Óscar Nuño ©
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