miércoles, 25 de abril de 2018

LA PREGUNTA


LA PREGUNTA DE IRENE
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Cosiendo las plumas del disfraz de india de su hija, Elena, sentada cerca de la ventana, al sol –ya que la vista empezaba a pedir claridad para que las manos realizaran las puntadas más precisas–, sonreía porque acaba de vivir el momento  maravilloso en el cual su hija acababa de salir del yo de su pequeño mundo y entraba  en el gran mundo del todo. 
En nuestra vida hay momentos, sentimientos, palabras que no podemos controlar, que hacen que nuestra zona de confort se rompa y, sin que lo deseemos,  nos obligan saltar a otro mundo. De este salto y de esta salida aprendemos.
La niña rompió su zona de confort esa tarde con un desgarrador “MAMAAA”.
Irene, de siete años, era una niña de libro: buena estudiante, ordenada, obediente. Siempre durmió genial de pequeña, sana, alegre y no se metía en líos con sus amigos en el colegio. La chiquilla llevaba ya dos meses, antes de las fiestas de Navidad, asaltando a su madre en cualquier momento con una  pregunta típica de su edad: “¿quiénes eran los Reyes Magos?” Y su madre, respondiendo todas las veces  con la misma saeta: “cuando pasen las fiestas, te lo cuento”. Así fue: pasadas las fechas navideñas, Elena le explicó a su hija quiénes eran, de verdad, los Reyes Magos y que, al conocer este gran secreto milenario del mundo de los adultos, ya formaba parte del clan de los Reyes Magos y, a partir de entonces, ella ya era un rey mago.  
La niña pensaba que la historia contada por su madre era muy bonita, pero, con que le hubiera confirmado que eran ellos era suficiente. No era una cría pequeña, ya se había enterado en el autobús del colegio, que, a la vuelta a casa, se compartía con los chicos del instituto y en la parte de atrás siempre había conversaciones muy educadoras e interesantes.
Irene esa tarde cantaba como una aspirante al Festival de Eurovisión, a toda la capacidad posible que sus jóvenes pulmones podían abarcar, haciendo un dueto con Luis Fonsi y su canción Despacito, que sonaba en “la manzana” –un pequeño altavoz en forma de manzana, muy potente, que le habían traído los Reyes Magos–. Su voz, blanca y angelical, retumbaba por toda la casa, llenando todas las estancias. Pero la mente es caprichosa e imprevisible y, sin pedir permiso, activó neuronas y células e hizo que Irene pensara la gran pregunta que la hizo salir de su gran pequeño mundo infantil: “Mamaaaaaa, entonces el Ratoncito Pérez ¿tampoco existeeee?”

                                                                                   Rosa Mª Díaz©

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