SIN …

Madrugo para percibir los aromas invernales.
Observo y envidio al rocío
deshaciéndose en vaho que acompaña
el adiós de lunas y estrellas;
¡si pudiera disolver así mis incertidumbres!
Aspiro ese aire neto que se autoproclama único
para despejar. Quizá su suspiro in crescendo
revele respuestas; resplandeciente,
galopa a lomos del silencio y este, entre vaivenes de luz y noche,
multiplica sus crines sobre el espejo gigante del estuario.
Luz y sonidos se desperezan
con la rutina de costumbre,
maquillando con pericia las ojeras de esta luna,
insomne y apática, que, como yo,
rezuma pesadillas tras el concierto de rock
nocturno y obstinado de los segundos.
Quizá mis ansiadas respuestas
se escriban en renglones de nubes.
Quizá reposen en las líneas, desordenadas y efervescentes,
tras otra resaca de marejada,
acariciando playas y resbalando en vértices rocosos,
donde su espuma expira con himnos de vida.
Sobre ella puedo leer mi presente,
espejismo efímero que, en una exigua tregua,
es desbancado por pasado y futuro.
La naturaleza me responde tan machaconamente
como padres que, ante la insistencia de sus hijos
para salir solos, advirtieran:
“Antes, cumple tus obligaciones;
ten cuidado; ve despacio”… O quizá
refute a Aristóteles con una nueva teoría:
El arrepentimiento no tiene ‘razón’ de existir,
porque lo hecho, hecho está.
Renglones y respuestas parecen diluirse.
Culpo al sol, precoz y descarado,
por deslumbrarme.
Repaso estos renglones que, como la vida,
la mañana y la noche, van y vienen,
anulando presuntas certezas
con otras distintas que, pareciendo mejores,
serán, igualmente, eliminadas.
Vuelvo a casa.
Enderezo mi figura para ver ese horizonte,
dueño de todas las respuestas
pero que, cuanto más caminas hacia él,
más se separa de ti. Hoy, sin embargo,
logré descifrar una advertencia en su bruma:
‘¡No te hagas más preguntas!,
porque, hasta yo, ignoro la utilidad
de la lluvia en el mar y la luna de día’.
©Ángeles Sánchez Gandarillas
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