miércoles, 25 de abril de 2018

LA PREGUNTA

LA PREGUNTA

 ¿Qué  será, será?
 Whatever will be,
 will be.

Resultado de imagen de poder femenino AÑOS 70

El estribillo lo cantábamos todos, y diría yo que la canción entera la entonaban las señoritas que llegaron por entonces al pueblo. Recuerdo bien aquellos años, porque yo cursaba la carrera de Medicina en Bilbao. Según avanzaba en mis estudios, pude entablar amistad con un grupo de ellas –el grupo de las jóvenes abiertas, agraciadas y desinhibidas.
No es que no me gustara el grupito de las demoiselles d’Avignon, sofisticadas, esculturales, modélicas, el que se codeaba con galanes de alto standing…, pero pecaban de insulsas: ni reían, ni cantaban, ni hablaban con pueblerinos. Ellas no se preguntaban el ¿Qué será, será? Estaban seguras de su futuro: estudiaban la carrera de Filosofía en la ciudad y, los fines de semana, volvían a Bilbao a tomar un cafecito en la cafetería más chic de la Gran Vía. Lucían sus mejores galas y las joyas heredadas de las abuelas, siempre de peluquería, con horquillas de plata para lucir algún rizo llamativo. Los bolsitos albergaban útiles de maquillaje nacarado para poder exhibirse por la pasarela, camino a los toilettes. Pronto, dieron con sus adonis, excepto Julia, que se apartó de aquel conjunto de institutrices.    
En contraste, este subconjunto lo formaban las enseñantes modélicas. Eran bastante especiales, se creían muy vocacionales, hablaban continuamente de sus pupilos, a los que adoraban; algo así como las abuelas que no saben hablar más que de lo Einstein, lo políglotas que son sus nietos. Era un compendio de perfecciones para quien tuviera higadillos para escucharlas. Y no había besos. Cuando acababan su jornada, cada una compraba sus viandas y se refugiaban en su piso. Allí, cocinaban, hacían sus tareas del hogar a rajatabla. Después se dedicaban a realizar manualidades:   que si canastilla de la Sección Femenina, que si los bordados del  ajuar… El “¿Qué será, será? Whatever will be, will be…” lo tenían reservado para Dios.
Como decía Juanito: menudo “ganao” nos ha llegado, afirmábamos, a la vez que girábamos la cabeza. No solo nos atraían físicamente; por encima de todo, eran simpatiquísimas. Lo mismo hablaban con el trasnochador Roque, como con el comerciante Juanito, como con el adonis José Ignacio.
El agradable grupo, ahora incluso con Julia en él, lo formaban ocho maestras: mas, como ellas decían, con mucho cariño, se dedicaban al duro trabajo de “desasnar”. La mayoría disponía de coche y, aunque ejercían en distintos centros, acudían al mismo restaurante, ”Cento”. Y allí, se mezclaban con el personal que trabajaba en la construcción de la autopista de Altube. Después del cafecito en el bar La  Florida, donde Conchi, muy diligente ella, servía a los chicos y Fernando, muy flemático, complacía a las chicas. Los dos eran solteros, pero con pocas posibilidades de encontrar pareja entre estos docentes.   
Al acabar su horario lectivo, las chicas se desplazaban a Bilbao, a la escuela de idiomas. Más de una vez, llegaban cuando ya la clase estaba a punto de finalizar, debido a las obras en la carreta o a las retenciones que se formaban por derrumbamientos de tierra, por balsas de agua... ¡Pero veían el vaso medio lleno! Raudas, entraban en la tienda de La Paca, que, solícita, las atendía: que si pan, que si huevos, que si sardinas… Hacía la caja con ellas. La cena podía ser en  casa de los maestros o en el piso de las maestras. Era aquí donde yo acudía siempre, pues era donde vivía mi amiga más amiga, donde encontrabas claveles rojos, donde todo lucía como los chorros del oro. Mi amiga más amiga preparaba una cuajada tan afrodisíaca, tan deliciosa, que a veces la terminábamos antes de que Juanito llegara con los pimientos verdes de Gernika, las alcachofas de Calahorra, los espárragos de Losada. El hombre nos amenazaba con marcharse con sus manjares, pero las chicas le exhortaban a que tomara asiento. Había entre ellos un cariño especial, que a todos nos carcomía un poco.
Había pasado tiempo desde que mi amiga más amiga, con su vestido verde escotado, sus zapatos de tacón llamativos, su melena larga y negra como el azabache, con bastante nerviosismo en los ojos, me había pedido pastillas anticonceptivas. No quise dilatar más y esperar al “¿Qué será, será?
La separé de sus amigos y la acompañé a casa. Ella ya veía mis intenciones y pienso que estaba esperándolas. El ambiente me subyugó: los claveles rojos, la casa como una patena, los adornos irisados, el edredón de narcisos azules… Todo me llevaba hacia ella. Hubo muchos preámbulos entre sorbo y sorbo de cava. Le susurré que se entregara, que el amor entre amigos íntimos era una maravilla. Me miró a los ojos y se cerró como una valva. Volví a los preliminares y disfrutamos más que los compañeros que saboreaban chuletitas al sarmiento. Éramos uno en el disfrute, pero osé decirle que aquello no significaba ninguna atadura, que seguiríamos siendo  amigos, y que aprovechaba la ocasión para que asistiera a mi enlace, que se celebraría  el día de San Antonio.
–¡Qué dices!: ¿Qué será, será…?

Isabel Barcaran©
                                                           San Vicente de la Barquera, a 18 de marzo de 2018
                           

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