LA PREGUNTA
El
Paseo de Zugazarte es una de las zonas ajardinadas y arboladas más extensas de
Las Arenas (Guecho, en Vizcaya), donde nací y me crié. Zona en la que se pueden
contemplar varias construcciones arquitectónicas residenciales relevantes,
realizadas por el arquitecto Manuel Smith –son muy inglesas.
Por
Zugazarte transcurrían los paseos matinales con mi abuelo. Venía desde Bilbao
temprano, con mi abuela Carmen. Ella se quedaba con mamá; yo, con el abuelo
Luken. Era muy pequeña, pero me acuerdo de todo: alto, fuerte, bien parecido,
siempre trajeado; olía bien, a colonia Álvarez Gómez; peinaba canas. Era de
Guernica, y sus amigos así le llamaban: “Guernica”. Muy paciente con su aún
única nieta, yo. Parece que le estoy viendo de regreso a comer, con mi triciclo
amarillo con un Mickey Mousse pintado en el sillín de madera en una mano, y mi
coche inglés de muñecas en la otra, ayudándome
a llevarlo, pues me torcía chocándome con las esquinas.
Yo
no le hacía una pregunta durante los paseos: le ametrallaba con cientos; era
muy curiosa.
–Abuelo,
¿cómo se dice pájaro en vasco?
–Txori –contestó.
Por
aquella época, el euskera no se impartía en los colegios; no existían las
ikastolas, ni se hablaba habitualmente en mi entorno. Por eso me parecía algo
mágico que pájaro fuera txori. Fue la
primera palabra que aprendí, aquella soleada mañana de primavera.
–Abuelo,
¿nube?
–Hodei.
Abuelo,
¿y...? Abuelo, ¿y...? Apuntaba con el dedo lo que veía. Así, mañanas y mañanas,
preguntas y más preguntas... Todas con respuestas.
Los
jardines estaban salpicados de diminutas margaritas blancas con diminutos
botones amarillos. Me agaché a recogerlas para formar un ramito, mientras el
abuelo descansaba en un banco de los muchos que había en el paseo.
–Abuelo,
¿cómo se llaman?
–Txiviritas.
Mirándolas,
yo repetía “txiviritas” y él me decía
“oso ondo”, que es: muy bien. Me
enseñó a contar en vasco, como decía yo entonces. Bat, bi, iru, lau (uno, dos, tres, cuatro). Un día me explicó que
Urquiza, nuestro apellido, significaba, en castellano, abedules; es decir,
lugar donde abundan los abedules.
Ya
me encantaban los perros, pero sentía miedo de acariciarles. Él me ayudaba a
hacerlo, con su gran mano de pelotari encima de la mía, que se perdía,
diciéndome:
–¡Tú,
valiente; como el abuelo!
Era
su frase, y la mía desde entonces. Hasta hoy, ante cualquier adversidad, me
digo: ¡tú, valiente; como el abuelo! Y me funciona.
Aprendí
muy pronto a diferenciar masculino y femenino; sólo que decía “chico” y
“chica”. En euskera, chico es mutil,
y chica, neska. En la mesa, él me
preguntaba:
–¿Cuchara?
–Neska –respondía yo.
–¿Tenedor?
–Mutil.
–¿Vaso?
–Mutil.
–¿Copa?
–Neska.
Riéndose,
me decía:
–Oso ondo, maitia (muy bien, cariño).
Yo
no fallaba ni una. Estaba orgulloso de mí, y yo de él.
Siempre
al mediodía, antes de ir a casa a comer, al abuelo Luken le gustaba tomar un
vino blanco en el bar Cosmos, de Las Arenas, con sus conocidos, que, nada más
entrar, le saludaban afablemente:
–¡Hombre,
Guernica!
–Aquí,
con la nietita –respondía.
Tomaba
su blanco. Yo, un mosto con una guinda roja pinchada en un palillo y media
rodaja de limón, y sentada en un taburete, que giraba y giraba, me sentía muy
importante: estaba alternando con mi abuelo. A la salida del bar, me decía al
oído:
–Ana,
maitia, no hemos tomado nada. Es
nuestro secreto, ¿vale?
La
abuela no quería que tomase nada, por su tensión. Pero yo, nada más entrar por
la puerta, decía:
–No
hemos estado en el bar Cosmos y no hemos tomado vino blanco ni mosto con una
guinda roja pinchada en un palillo con media rodaja de limón, ¡abuela!
Dicho
esto, yo, satisfecha, le guiñaba los dos ojos al abuelo. Aún me tenía que
enseñar a guiñar con uno.
Ana
Pérez Urquiza©
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