ERA
UN VIERNES...
y amanecía el mar junto
a la playa,
las olas murmuraban
dulcemente
para quitar la sal de
sus pestañas.
Habían madrugado las
gaviotas
y buscaban comida entre
las algas,
ese manjar sublime y
deseado
que sus picos tomaban y
tragaban.
El faro contemplaba
silencioso
la luz del horizonte,
con el alba,
el sol que sustituye su
trabajo
haciendo más extensa la
atalaya.
Cabizbajo y mirando
hacia lo lejos,
indolente al rumor de la
resaca,
paseaba sin rumbo
definido
un gorrión desprendido
de la rama.
¿Qué misterio ofrecía su
figura
y por qué por la arena
caminaba,
un gorrión que tenía
tierra adentro
un lugar, con su nido y
con su casa?
No hay respuesta real a
esta pregunta
ni pretende el poeta
reflejarla,
hoy se quedan, tal vez,
en el tintero
las esquirlas de tinta
muy calladas.
Me pregunto mil cosas,
cada día,
y, a la vez, cuando
empieza la mañana.
Por ejemplo, si hay vida
en los silencios,
y también si hay
respuestas en la nada.
Pero veo que ruge la
tormenta;
las preguntas me ahogan
la garganta,
y no tengo respuestas a
las mismas
ni tampoco yo sé
dónde encontrarlas.
"...Era un viernes,
de invierno, como tantos,
cuando vi que los cielos
me enviaban
unos versos de paz a mis
preguntas
y el salitre y caricias
de las aguas..."
Rafael Sánchez Ortega ©

 
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