Veintiocho
de diciembre, dos de la tarde. El cocinero, Karlos Arguiñano, en su programa de
cocina, en un canal de televisión; yo, sentada delante de la pantalla, como
casi todos los días en aquella época. Me gustaba (digo “aba”) la cocina más que
ahora, ¡sería la edad! Karlos era un referente para mí. Cocinaba como mi abuela
y mamá, cocina nada ajena para mí. En esos años, era mi ídolo.
Ese
veintiocho de diciembre, después de Noche Buena y el día de Navidad, Arguiñano
explicó una receta de puerros con patatas y zanahorias, para desintoxicar el
cuerpo tras las dos fiestas. Una vez realizada la receta, recomendó que no tirásemos
las raíces de los puerros (los pelos); se podían aprovechar, cociéndolas, y
después, en una cazuelita de barro, poner aceite de oliva, ajo picado y
guindilla. Una vez caliente, añadir las raíces de los puerros, ya cocidas, y
rehogar unos segundos, como las angulas. Y dijo:
–Ya me
diréis, lo rico, rico y con fundamento que os ha parecido.
Viniendo
de Karlos, me dije:
–Esto
lo hago, ¡si él lo dice…!
Y
dicho y hecho, ¡lo calqué! Cuando mi recienestrenadomarido
llegó a casa a comer, yo, su recienestrenadainexpertamujer,
con el fin de sorprenderle, serví dos sendas cazuelitas de barro,
chisporroteantes y bien olientes, de raices al pil-pil. El miró, entre ¿dubitativo
y complaciente? No sé.
–¡Prueba,
prueba! Es receta de Arguiñano, como las angulas…
Catamos
a la vez. Silencio... Nos miramos, volvimos a catar y otra más. Silencio...
¡Qué tortura! No decía nada; yo
tampoco. Me sabía a rayos, amargo. Por fin, se manifestó:
–Es,
es un sabor difícil.
¿Difícil?
Incomible, pensaba yo.
–Sí,
creo que no lo voy a hacer más, ¿verdad?
El
resto fue a la basura, ¡claro!
Días
después, dos de la tarde, sentada ante el televisor, Karlos Arguiñano dice:
–¿Qué,
qué tal la receta de las raíces de los puerros? ¿No os disteis cuenta que era
veintiocho de diciembre, día de los
inocentes? He recibido llamadas de enfado, pero, ¡hombre!, hay que tener
sentido del humor, “humor vasco”, jajaja... ¡Rico, rico y con fundamento!
Me
quería morir y matarle. Cuando se lo comenté a mi pobre conejillodeindiasrecienestrenadomarido, no paramos de reír. Esta
anécdota dio para muchos ratos divertidos compartiéndola con amigos. ¡Qué
TORTURA!
Ana
Pérez Urquiza©

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