Durante
mi adolescencia y, luego, durante la juventud temprana, veía las pisadas del gigante tirano; oía los gruñidos, que se
acercaban con el viento; olía el hedor
de su boca, esparciéndose sobre la hierba de los campos; sentía sus zarpas, que
herían como alambre de espino… Vivíamos agazapados para que no nos avistara,
para que no nos delatara con su índice inflexible. La gente adulta –que ya
había sufrido una guerra– le ofrecía sumisión; con las cabezas agachadas,
asentía a todos sus diabólicos preceptos: el
trabajo era su tubo de escape, su éter al dolor.
Amparados
en nuestra ideología, empezamos dando pasos de bebé: trabajamos desinteresadamente en el
remozamiento de tejados de iglesias, en la reconstrucción parcial, e incluso
total, de ermitas –muchas veces sin las directrices adecuadas. Éramos bastante
analfabetos en cuanto al arte.
No
lo hicimos tan mal en el campo de la enseñanza. Fuimos esparciendo la semilla,
que cayó sobre el campo, muy abonado, de las ikastolas. El gigante tirano menospreció la fuerza con que se asomaba el nuevo
idioma: EL BATÚA. Las escuelas estatales también estaban concienciadas en el
fomento de la lengua. Con la ayuda de libros antipedagógicos, introducíamos oraciones
atiborradas de frases frías, de conjugación de verbos más básicos. Luego aparecieron
folios fotocopiados que contenían toda la declinación. Los llamábamos el
NOR/NORK; el NORK/NORI/NORK en indicativo, subjuntivo, imperativo. El gigante seguía persiguiendo y asfixiando
a la juventud a cualquier hora y en cualquier punto de Euskal Herria. Pero
permitió –no sé si con conocimiento– a los dirigentes políticos vascos que
forjaran las bases para el estudio reglado del euskara:
El
modelo “A”, con casi todas las asignaturas en castellano y con la introducción
obligatoria del euskara.
El modelo”B“, con las asignaturas divididas en fifty/fifty.
Y
el modelo “D”, con todas las asignaturas en euskara, a excepción de la
asignatura del castellano. Menos mal que las autoridades lingüísticas y los
dirigentes políticos apostaron e invirtieron millones en este modelo: en la
liberación lectiva para obtener el título. Después, en el reciclaje…, los
alumnos que desearon pudieron estudiar sus carreras en euskara.
El gigante tirano, de tanto encarcelar, de
tanto hollar los derechos humanos, hizo despertar al cíclope antagónico, de izquierdas: un ser letal, sanguinario, descerebrado.
Nos
tenía subyugados. ¡Los secuestros estaban tan generalizados… ¡Hasta enterramos
viva a una persona durante más de tres meses! ¡Jugamos a la ruleta rusa con un
joven de nuestra edad!, y la mayoría
de nuestros conciudadanos nos
odió. Muchos fuimos encarcelados, el cíclope era desmembrado. En la prisión,
la soledad me enseñó que: EL FIN NO JUSTIFICA LOS MEDIOS.
Empecé
a visualizar las pozas de mi pueblo natal teñidas de rojo; el riachuelo, avanzando
triste, no albergaba peces saltarines; el reloj del campanario, mudo. Sin embargo, mi madre me contaba que la gente
siempre la trató con respeto; aún más, según avanzaba mi prisión, más de una y
más de dos, se interesaron por mí. Mi cerebro se fue iluminando, pero, aunque
quisiera, no podía remediar lo irremediable.
Mi corazón enfermó de dolor: ¿y si hubiera habido represalias contra mi
madre, mi hermana, mi sobrina…? En mi fuero interno, fui llamándome Mamen. Quise
despojarme de mis “alias”. Adelgacé y no volví a engordar. Un cirujano muy
renombrado y humano me operó de los ojos. Después de treintaicuatro años, salí
de la prisión. Mas, sin ánimo para “hacer de mi capa un sayo”.
Un
compadre me presentó en el pórtico de la iglesia –había acudido a esperar a mi
madre– a una prima segunda:
–Beltxu,
¿conoces a esta paisana?
Ella
me miró de hito en hito. Sus ojos avanzaron sobre mi figura. Luego se clavaron
en mis ojos: se detuvieron.
–No
–dijo con toda la frialdad de las paredes de mi prisión.
San Vicente de la Barquera, 12 de abril de 2018
Isabel Bascaran©

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