A
Victoria la han ingresado en un hospital. No saben lo que tiene y los médicos
están rodeando su cama. La asan a preguntas y ella contesta con susurros. Le
ponen una inyección, supuestamente para los dolores que tiene. Se va quedando
amodorrada, nota que la ponen en una camilla con sus cosas encima y escucha a
alguien decir: “¡A la Sección de Robótica!”
Pasillos
y más pasillos, hasta que la dejan en una habitación. No sabe si está sola o
acompañada, solo tiene mucho sueño, mucho sueño…
De
pronto, se abre la puerta y aparece un robot blanco y azul de mediana estatura.
Lleva un sillón de ruedas. Victoria no da crédito a lo que ven sus ojos. Le
retira su ropa de la cama.
–Pón-ga-se
en po-si-ción.
–¿En
posición de qué?
–La
ten-go que lle-var. Pon-ga las pi-er-nas ha-cia fue-ra y apó-ye-se en mí pa-ra
sen-tarla.
–¿Pero
de qué va esto? ¡No me levanto, cacho cabrón! ¡QUIERO UNA ENFERMERAAA!
–Ca-brón:
“ma-cho de la ca-bra”.
–¡Ah!
¿Pero me entiendes?
–¡Se-ño-ra,
nos es-tán es-pe-ran-do!
–¡Pues
no me siento!
Al
robot no le quedó otra que cogerla y sentarla en la silla. La cubrió con una
manta y se la llevó.
–¡Socorroooo!
Se
dio cuenta de que por los pasillos iban más enfermos así, todos guiados por
robots. Pasillos y más pasillos, ascensor lleno. Quería hablar con alguno, pero
no le contestaba nadie; parecían más robotizados que el mismo ser de plástico,
de ojos rojos, que la llevaba a ella.
Abrió
una puerta grande y dieron a una sala donde había un aparato enorme y
monstruoso, con una boca redonda y una camilla.
–¡Sú-ba-sé
a la ca-mi-lla y pon-ga la ca-be-za a-quí!
–¡Ah!
¿Pero piensas que voy a poner mi cabeza en esa jaula de pájaros? ¿Y EL
MÉDICOOO…, DÓNDE ESTÁÁÁ…?
–¡Se-ño-ra,
hay más pa-cien-tes es-pe-ran-do, ha-ga lo que le di-go!
Detrás
del aparato, se veía a otro robot. Este era blanco y verde, con ojos azul
oscuro. Cuando logró ponerse en aquella camilla, la envolvieron con una sábana
blanca.
–¿Pero
para qué me envuelve como si fuese una momia?
–¡No
pu-e-de mo-ver los bra-zos!
–Se-rán
dos se-sio-nes de ve-in-te mi-nu-tos. No se mu-e-va.
Y
se la tragó el aparato.
–¿Qué
es esto? ¿Dónde estoy?
Comenzó
a escuchar ruidos raros… tacatá, tacatá, tacatá…
–Parece
la caballería –pensó–. Glu, glu, glu…. Mira, ahora parece una cascada de agua…
De
pronto, le empezó a picar la nariz.
–¡No
res-pi-re!... ¡Res-pi-re!
No
podía ser cierto. ¡Ahora le picaba la cabeza!
–¡No
res-pi-re!... ¡Res-pi-re!
–¡SOCORROOO...!
–¡QUE
UNA PERSONA HUMANA VENGA A RESCATARMEEE…!
–¡Señora,
señora; por favor, despierte!
–¡Qué,
qué! ¿Dónde estoy? ¡Por fin una persona humana! ¡UNA ENFERMERA!
–¡Qué
dice, señora?
–¡Nada,
hija, nada…!
–Vengo
a ponerle la vía… Tendrán que hacerle pruebas, luego vendrá el doctor…
–¡Sí,
hija sí…!
–A
ver ese brazo… Vamos a buscar la vena…
¡Nunca
un pinchazo le supo más dulce! Pero… ¿hasta cuándo?
Mª
EULALIA DELGADO GONZÁLEZ©
Abril
2018
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