Hace miles de años, en la gran ciudad de Babilonia, el joven hijo
de un rico mercader, más interesado en conocer este gran y fascinante mundo que
en enriquecerse como su padre, deambulaba por el mercado de la ciudad cuando,
al ver en uno de los puestos un bello colgante plateado con un pequeño cristal
negro incrustado en él, decidió acercarse al vendedor, dispuesto a comprar
aquella enigmática joya. Al preguntarle el precio, el mercader le respondió:
–Este collar perteneció a la muerte, por lo que, cuando lo compres,
ella te buscará para recuperarlo. La pregunta no es cuánto cuesta, sino ¿cuánto
estás dispuesto a pagar por encontrarte con ella?
El joven, incrédulo y a la vez fascinado por la magnífica historia,
decidió darle tres monedas de plata por
el colgante y volver a la posada en la que se alojaba, para descansar. El sol
estaba apunto de desaparecer.
Mientras dormía, una fría brisa le despertó y, frente a él, se
erguía la oscura figura de una pálida dama, y ésta, con su suave, a la vez que
terrorífica, voz, dijo:
–Ese collar me pertenece, así que devuélvemelo.
A lo que el joven respondió:
–He pagado tres monedas de plata, por lo que el colgante es mío.
La mujer, sorprendida por la valentía del chico, dijo:
–Devuélvemelo y te haré el hombre más rico que haya pisado esta
tierra.
–Posiblemente ya lo sea, así que el collar se queda conmigo –respondió,
con valor.
La misteriosa figura le preguntó entonces:
–¿Sabes quién soy?
–Sí –respondió con firmeza.
–Entonces, ¿qué deseas que te otorgue a cambio de que me devuelvas
mi amuleto?
–Deseo la inmortalidad, para poder viajar y conocer los secretos de
este vasto y maravilloso mundo y ver cómo cambia a lo largo de la eternidad.
La muerte, estupefacta por la petición del arrogante mortal, le advirtió:
–Para muchos, la eternidad es una tortura. ¿Estás seguro de que es
lo que deseas?
Convencido, respondió:
–Tú lo has dicho, “para muchos”; no para mí. Y aunque fuese así, me
parece mayor tortura el morir sin haber conocido las maravillas, los misterios y
horrores de este mundo.
–Si así lo deseas…
Han pasado miles de años desde aquel día, y el que entonces fue el
hijo rico de un mercader vio pasar el tiempo, conoció las maravillas y los
horrores de este mundo, vivió el nacimiento y la muerte de su familia numerosas
veces, estuvo presente en el alzamiento de los más grandes imperios y también
en su caída, conoció a grandes héroes y a despiadados tiranos; pero lo que
nunca llegó a presenciar fue aquella tortura de la que le habló la pálida dama.
Lucas Nuño ©
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