domingo, 29 de abril de 2018

LA TORTURA




            A lo largo de nuestra vida hay muchos tipos de tortura. Esta es una historia sencilla, pero real.

Gabriel era un anciano pescador que comenzó a trabajar de marinero desde muy temprana edad. Una vida llena de trabajo, muchas penurias y dos naufragios. Un hombre recio y valiente que, a base de esfuerzo y muchos sacrificios, consiguió tener barco propio, una bonita familia y la estimación, respeto y cariño de mucha gente.

Pasando los años, su esposa, aún joven, murió, y en pocos años, casi el resto de sus hermanos y amigos. El capitán, valiente, se volvió débil y miedoso. Vivía con una de sus hijas y, en el sentido de afecto, estaba muy bien atendido y nunca solo.

Pero comenzaron las manías, llegando algunos días a visitar hasta tres veces las Urgencias médicas. Cada día era un dolor diferente. Cuando no era la barriga, eran las piernas. Incluso un ligero picor en la cabeza, fruto de su excesivo lavado diario, lo consultó.

–Mi mal está en este picor insoportable –decía.

Una de sus hijas tuvo que fotografiar aquella pequeña herida para demostrarle que no había nada fuera de lo normal. Si iba al baño, que para lo que comía era demasiado; si, por el contrario, estaba un día sin ir, al hospital para prevenir una posible obstrucción. Su doctora de cabecera, sin saber ya qué tipo de pastillas recetarle, le propuso:

–Gabriel, podríamos ponerte una cama en la consulta.

–¡No estaría mal! –respondió el anciano.

Lo de la tensión era su deporte favorito. Si se la tomaban cuatro veces al día, mejor que una. Creo no equivocarme si digo que, en el centro médico, le llamaban El pupas. Por cierto, las visitas a Urgencias podían ser tanto de noche como de día.

Por eso creo que hay torturas de muchos tipos, pero tener al lado a una persona hipocondríaca es atormentador.

Mari Carmen Bengoechea ©

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