jueves, 24 de mayo de 2018

LA COGORZA




Me ha venido a la cabeza una anécdota familiar. Yo tendría diez o doce años. Mi padre trabajaba a turnos en los Laboratorios de la SNIACE (Sociedad, Nacional, Industria, Aplicación, Celulosa, Española). Jajaja… Me lo aprendí cuando era una ratita y no se me ha olvidado.

            Aquella semana tenía el turno de seis a dos. Mi madre y yo lo esperábamos para comer, pero no llegaba; así que pensó que no había llegado el relevo y que no le quedaba otra que “doblar”.

            El día transcurrió normal hasta que nos dispusimos a esperarle para cenar. Por aquellos años, poca gente tenía teléfono en casa, así que nos pasábamos la vida esperando. Las diez y media, las once… Mi madre me dijo que me acostara. Yo lo hice, pero estaba muy asustada y veía que mi madre no podía más. Me quedé con la frente pegada al cristal. Tenía frío, estábamos en vísperas de Navidad. Las once y media, las doce, las doce y media… De pronto, un coche negro paró y se abrieron las puertas… Risas, despedidas… Abrieron el capó:

            –¡Toma, tu merluza! ¡Feliz Navidad! –¡se lo decían a mi padre! Parecía que todos llevaban una buena cogorza encima.

            Mi madre lo esperaba con la puerta abierta. Yo pasé al salón y, desde allí, escuchando a través de la puerta, lo que vi, hoy, sería como una viñeta de chiste. Mi padre, con una gran merluza entre los brazos, y otra, la que llevaba por dentro:

            –¡Eg quee comoo noo ha llegadoo el relevoo…! –dijo.

            Lo que había pasado es que, al salir del trabajo, lo pararon dos amigos que le dijeron que iban a la Lonja, a Santander, para traer unas merluzas frescas para Navidad, y que no se preocupase, que no tardarían en volver –¡Sí, sí…!

            Silencio absoluto. Estaba vivo y en casa. ¡Mejor que durmiese la mona!, pensaría mi madre.

Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ ©
Mayo 2018

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