Como cada mañana, me siento. Entro en la habitación y cojo el libro
Tras las viñas. Es gordo y con tapas
duras. Vale, lo pongo en el suelo, coloco un cojín encima y me siento. La
mirada en un punto, a un metro, en el suelo, justo delante; eso dice la teoría,
pero el árbol que veo a través de la ventana me enreda. Me fijo primero en las
ramas más altas: están rectas, buscan la luz. Luego veo las otras, las que
están arqueadas hacia la tierra, dobladas. ¡Ya me he distraído! Vuelvo a mi
punto.
Han pasado las semanas y me he vuelto a clavar en mi árbol. Tras
una gran cogorza de savia, las ramas han
quedado ocultas tras las hojas, han desaparecido de mi mirada enjuiciadora.
Está imponente, todo él creciendo hacia el cielo.
Almudena Pascual©
Ruiloba, 20 de mayo de 2018
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