domingo, 1 de julio de 2018

FANTASMAS



I

En la pequeña villa, las campanas tocaban con repiques solemnes, lo cual indicaba que el finado era de postín. Las gentes se sorprendían y murmuraban, preguntándose quién era el muerto y enseguida llegaron las noticias tan ansiadas: se trataba de don Salvador el Indiano, todo un personaje, un tanto siniestro e inmensamente rico.
La noticia llegó hasta el rincón más recóndito del municipio. Era un acontecimiento muy esperado; sobre todo, para los familiares, que esperaban este momento haciendo cálculos de lo que les tocaba percibir de la cuantiosa herencia. 
El entierro tuvo lugar al día siguiente. Cientos de personas acudieron a darle el último adiós. Los familiares, de negro integral, lloraban con amargura la pérdida. Parecía una competición de lágrimas. Se miraban unos a otros. Entre suspiros y llantos, le dieron cristiana sepultura. 
Esa misma tarde, se acercaron a La Casona de don Salvador varios personajes –entre ellos, el notario–, para levantar acta de los bienes de la casa. Eran muchos y valiosos: monedas de oro, plata, un cuadro de Murillo, un sillón que había pertenecido a Pancho Villa, un mueble bar de madera de caoba –en el que había, incrustado, un reloj de oro macizo–, cuberterías de plata, vajillas de porcelana inglesa, un conjunto de pendientes, gargantilla y pulsera de esmeraldas y oro blanco y otras joyas.

II

Pasaron los meses y no había noticias de la herencia. Los familiares, muy nerviosos, agobiaban al notario, y su respuesta era la misma: su cliente no había hecho testamento y estaban intentando encontrar sus últimas voluntades; por lo tanto, tenían que esperar cinco años para el reparto de los bienes. Había muchos millones de pesetas, varias casonas y muchas y grandes fincas de limoneros y otros árboles frutales. Fueron informados de que la Hacienda Pública se quedaría con el 75% de todos los bienes.
Algunos familiares, indignados, no estaban dispuestos a esperar; entre ellos, la prima Lola, la más activa. Se reunían a escondidas para trazar un plan para hacerse con lo que ellos aseguraban que les pertenecía.

III

El tiempo fue pasando y La Casona parecía cada vez más siniestra. Las hierbas cubrían toda la finca y la hiedra sepultaba la casa. Nadie merodeaba por los alrededores; y menos por la noche, pues los más atrevidos, que osaron atisbar desde sus altos muros, corrían asustados, gritando que dentro de la casa se oían pasos y puertas que se abrían y cerraban. Otros decían haber visto la silueta de los antiguos moradores de la casa.
IV

Pasados los cinco años de espera, el notario cita a algunos familiares, que, sorprendidos, acuden a su oficina y les comunica que son los beneficiarios del 25% de los bienes de su representado. No entienden nada y se miran entre ellos. No contaban con esa herencia, por lo que se les explica que su padre, primo de don Salvador, le sobrevivió y, por ello, son sus herederos legítimos. Pueden considerarse multimillonarios, ya que los bienes son muy cuantiosos en dinero y en propiedades. El notario les pide que le acompañen a la casa de su familiar para enumerarles los objetos de gran valor que hay en el interior y que están reflejados en el acta.
Entran en el interior y suben a la segunda planta, que consta de dos salones –uno de ellos, con salida a un gran balcón–, cocina y siete habitaciones. Se dirigen al salón grande y el notario mira su acta con preocupación, pues se ha percatado de que faltan varios muebles; entre ellos, el valiosísimo mueble bar de caoba, el Murillo y el sillón de Pancho Villa. Abre puertas de armarios para comprobar las vajillas de porcelana, los cofres con las joyas, el espectacular conjunto de esmeraldas y oro blanco, las cuberterías de plata, las monedas de plata y oro… Nada, todo vacío, lo han robado todo.

V
La novia se acercaba al altar. Todos se giraron y pudieron ver el espectacular conjunto de gargantilla, pendientes y pulsera de esmeraldas y oro blanco. Era el regalo de boda de su querida abuela Lola.
Nieves Reigadas©

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