domingo, 1 de julio de 2018

VIAJE A TENERIFE



He pasado unos días en Puerto de la Cruz, Tenerife, con unas amigas, por Mundiplan. Vano intento de ver el sol. Es época de vientos alisios, que dejan las nubes contra la montaña llamadas “panza burra”. Para ellos, significa AGUA. Menos mal que la temperatura era agradable, el hotelito acogedor y en una zona preciosa cerca del Jardín Botánico. Por todos los sitios, la naturaleza lujuriosa y espléndida; parecía que todas las noches barnizaban sus grandes hojas y arbustos llenos de grandes flores de todos los colores. Eso sí, teníamos una buena cuesta para bajar al centro, con el Lago Martiánez, de Cesar Manrique; con sus comercios y cafeterías, bastante concurridas. El hotel tenía autobús de 33 plazas. Si no cabías, a patita o taxi.
Nos apuntamos a varias excursiones para conocer la zona norte de la isla. La primera era “La Isla Baja y la Ruta del Plátano”. Fue muy instructiva, ya que nos explicaron muchas cosas sobre ellos. Se plantan junto al mar, en la zona media. Se dedican al tomate sobre todo y, en la parte alta, a las patatitas esas tan ricas –“papas arrugás”– con el “mojo picón”.
Pasamos por Los Realejos y paramos en Garachico, donde la última erupción del volcán los dejó prácticamente sin puerto, y por eso se llevó hacia Puerto de la Cruz y Tenerife todo lo que se traía de América. La carretera principal, junto al mar, cuando se pone muy brava, la tienen que cerrar y, en un buen trecho, han diseñado una pared, con forma de ola, para que, al chocar, el agua siga su forma y no la rompa más. Vimos piscinas naturales entre la lava y llegamos a un mirador con el esqueleto de una gran ballena. Seguimos hasta una empacadora de plátanos junto al mar: 45.000 toneladas al año. Nos dejaron pasar por un trecho entre las plantas y nos explicaron el proceso de adelantar o atrasar la maduración dependiendo de la demanda (aquí, por supuesto, para el invierno). Nos tenían preparada una carpa con mesas, jarras de vino blanco fresquito y plátanos maduros con queso blanco, que es como lo comen ellos. El señor que lo explicaba dijo, de pronto: 
–¿Hay alguien diabético en el grupo? 
Dos personas contestaron que sí. 
–Pues les voy a decir una cosa importante: cojan el plátano, lo cortan longitudinalmente y quiten ese “hilo central”; es ahí donde se concentra el azúcar. Así que ya pueden comer plátanos.
También tenían una mesa con sus productos de cosmética sacados del plátano y, con la fibra de la planta, hacen adornos muy bonitos que no pesan nada.
La segunda excursión fue a La Laguna. Está a 600 metros de altitud. Hacía algo de frío y nos llovió un poco, pero mejoró. Primera ciudad de Canarias. Escogieron ese sitio para luchar contra la piratería. Conquistada a los guanches para la Corona de Castilla por Fernández de Lugo. Hizo una ciudad muy moderna para aquellos tiempos: sus calles son muy anchas, con casas muy peculiares; sus balcones, preciosos, labrados y que, en la parte de arriba de los edificios, servían como granero. Es Patrimonio de la Humanidad y Ciudad Universitaria. Tiene una catedral muy bonita de San Cristóbal y vimos el Cristo de la Laguna, muy famoso, con mucha plata traída de México.
La laguna la desecaron, pues acabó siendo un lugar infecto. Ahora, en una parte de ella, hay casas con jardines. Pienso que, con tiempo, había muchas cosas que ver, pero seguimos hacia Tacoronte, a ver una bodega. Nos tenían preparadas una mesas grandes para degustar su vino blanco, tinto y el famoso malvasía; mojo picón rojo y verde, quesos y la miel de palma (se hace en La Gomera con savia de cierta clase de palmera y lleva un proceso de cocimiento). Está fina y rica… Todo artesanal, una delicia…
Nos tocaba descansar un poco y nos bajamos al centro, de tiendas, para comprar algún regalo para la familia. Por la noche nos habíamos apuntado a un espectáculo: “Canarias 4 Elementos”. Nos llevaron después de cenar. Aterrizamos en un restaurante grande con un gran escenario. Nos recibieron con sus trajes regionales. Estuvo entrañable y, al final, con un cuadro muy colorido de su carnaval.
Yo, como ya había estado más veces y conocía el Teide, por mi parte, ya no quería más excursiones. Pero la guía, muy simpática ella, nos dijo: 
–¿Os vais a ir de la isla sin ir a la excursión más bonita? “Villa de la Orotaba  + Icod de los Vinos + Masca”. Íbamos a ver el Drago Milenario y subir a Masca: era como subir al Machu Pichu (pero menos). Nos apuntamos.
La villa de la Orotava (no la conocía) me pareció un sitio precioso. Además, la vimos en un momento en que se estaba engalanando para la fiesta de Corpus Cristi, con cintas de colores y colgaduras. Delante del Ayuntamiento había tres carpas, en las que se confeccionaban tres alfombras maravillosas con tierras: una obra de arte impresionante.
No paraba de hacer fotos, sobre todo a la Casa de los Balcones, muy famosa y convertida en museo, con representaciones de cómo se vivía, con un patio precioso y una tienda de labores artesanales canarias, esas filigranas que hacen sacando hilos y más hilos.
¡Ruta hacia Masca! ¡El que quiera emociones fuertes que se apunte a Masca! Esas cosas, en autobús, impresionan más que en coche. Crestas, barrancos y curvas inverosímiles a tutiplén. Maravilloso, claro. Estuvimos un rato y seguimos hacia Icod de los Vinos. Subimos a un parque con árboles gigantescos y, cerca, el Drago Milenario. Allí estaba, en medio de un bonito jardín, majestuoso y como esperando seguir cobijando a todos los fantasmas de los seres que, a través de los siglos, se cobijaron en él, con su tronco hueco y en cascadas retorcido. Lo tienen muy cuidado y una enhiesta palmera, cerca, le sirve de compañía.
En La Casa del Drago también había de todo para comprar y allí, como no, perdimos otro rato.
¡Se acabó! No más excursiones. A descansar un poco. ¡HASTA LA PRÓXIMA!
Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ©
Junio 2018

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