viernes, 12 de octubre de 2018

PARÉNTESIS




(Con palabras y refranes obligados, en negrita.)

Paco y Conchita eran un matrimonio como tantos otros, con sus singularidades. Paco, desde luego, sí lo era, y mucho; se pasaba el día diciendo refranes. Ya se sabe, en vez de sabio, le dicen “Hombre refranero, hombre puñetero”.

            Regentaban un pequeño bar donde daban comidas a los que por aquellos lares subían, ya que era un pueblecito entre montañas.

            Conchita era la que estaba al mando de la cocina. Le gustaba, cuando los clientes llegaban, tener ya preparado un menú casero y contundente para reponer fuerzas a los que se aventuraban por aquellos maravillosos contornos. Por eso madrugaba mucho, y Paco siempre le decía “No por mucho madrugar amanece más temprano”. Conchita ya estaba acostumbrada:

            –¡Cómo, si no, quieres que tenga todo hecho! Tú, con poner los platos y hablar con ellos, tienes bastante.

            –¡Pero bueno! ¿Quién tiene el bar limpio y cuida de tus benditas berzas? Y ya sabes: ”Cuando llegue la nieve y el invierno, el cocido de berza es el remedio” y “Cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo”.

–¡Anda, anda, déjate de tanto refrán, que “El que quita y no pone, se descompone”. ¡Ya que tantos refranes sabes, yo también voy aprendiendo alguno! –Y le daba un beso de paz.

            De pronto, Paco se quedó muy pensativo y, al rato, soltó la frase:

            –¿Qué te parece si nos cogemos dos días, solo dos días, y nos acercamos a la costa para respirar un poco de yodo?

            La sorpresa no disgustó a Conchita, que también se sentía cansada y con ganas de ver algo diferente.

            –Bueno, pero tiene que ser entre semana, ya sabes… Los lunes, no, porque tengo mucho que recoger. Puede ser un martes y miércoles; el jueves es sagrado para hacer la compra y tener todo a punto para el fin de semana.

            –¡Que sí, mujer! Y a ver si te traes alguna receta marinera “Que todos los días gallina, amarga la cocina”.

            –¿Ahora te vas a meter con mis guisos?

            –¡No, no, Dios me libre! Anda, “Ponme un poco de pan y queso, que saben a beso”.

            Esa noche, Conchita estuvo repasando su vestuario. Le había dicho que sí y no era cosa de presentarse de cualquier manera. Abrió el cofre donde guardaba sus collares y le parecieron muy pasados de moda. Se le ocurrió que de dos se iba a hacer uno nuevo, más largo y gracioso, y se puso a trefilar las cuentas de colores: tres blancas, dos rosas, tres blancas, dos rosas… Le pareció que tenía armonía cuando se miró al espejo, y se sintió contenta.

            Por fin, llegó el martes. Después de volver a madrugar mucho para dejar todo en orden, montaron en el coche y bajaron de sus alturas hacia el mar.

            La visión los dejó, como siempre, impactados. El olor a salitre y a algas… La mañana, con una suave brisa, meneaba las barcas diseminadas por la bahía y el reflejo del sol, que lucía para ellos ese día, refulgía en el agua con millones de destellos. Las barcas se mecían pareciendo flotar en un mar de estrellas. Aquel magnetismo los dejó clavados un buen rato, asomados a la barandilla del puente.

            Se miraron, se rieron, se sintieron felices. ¡Había merecido la pena aquel paréntesis de su ajetreada vida!

                                                           Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ
                                                                         Septiembre 2018

No hay comentarios: