(Con palabras y refranes obligados, en negrita.)
Ser el menor de tres hermanos es un
marrón, y si encima el lavaplatos no funciona bien y deja la vajilla mayormente
sucia, ya, alucinas. Pues sí, eso me pasa a mí; pero con el paso de los años,
he sabido sacarle partido, y ahora os cuento cómo.
Pues todo comienza cuando mi madre me
llama a cenar y, al llegar a la cocina, ni está la mesa puesta ni la comida
todavía hecha; así que me toca ponerla. Ya puesto el mantel, toca la vajilla, y
aquí el tema se pone divertido, ya que, de los cinco platos, vasos y cubiertos,
tres están bastante sucios y con manchas de jabón, por lo que ha llegado la
hora de llevar a la práctica un milenario proverbio chino (que ni es milenario
ni es chino; más bien, me lo dijo mi abuelo) que dice: “El que parte y reparte se lleva la mejor parte.” Y aplicando una
regla de tres, o más bien de cinco, en conjunto con la gran sabiduría de aquel
gran comedor de frutos secos, y húmedos, que es mi abuelo, me dispongo a
realizar el reparto.
Como hay dos platos limpios, estos van
a parar a mi hermana mayor y a mí, y no os penséis que es porque le tengo
cariño, sino porque es más malvada que los tres reyes del infierno juntos y no
me gusta jugar con napalm. Los otros tres platos van destinados, uno, a mi
madre, que, como le gusta eso de ser buena persona, pues no se va a quejar;
otro, para mi padre, que, como ve menos que Pepe El leches, no se enteraría ni aunque el plato tuviese un mapache
muerto; y el final, lo mejor, para mi otra hermana, que, como es tan
escrupulosa, es graciosísimo verla saltar del asco. Y con las piezas ya
colocadas, es hora de que empiece el juego.
Nos sentamos la familia al completo y,
mientras mi madre sirve la ensalada, comenzamos a conversar:
–En
julio, Rebe me ha invitado a ir de veraneo a su casa en Benidorm –dice mi hermana mediana.
–¿Rebe?
¿No es la que fuma porros? –pregunta mi padre.
–No,
es la que vino en Halloween a casa –responde
ella.
–Pero
si vinieron casi veinte amigas tuyas –acota él.
–Es
la que iba vestida de rojo –aclara mi hermana mayor.
–¡No
jodas! ¡Si esa se bebe hasta el agua de los floreros! –dice, alarmado, mi
padre.
Al ver la situación, mi madre decide
cortar por lo sano y hace el típico comentario de “No debemos meternos con los
demás” o alguna tontería similar. Así que, aprovechando la calma, mi hermana
coge su vaso y, al revisarlo por si algún cabroncete sin remordimientos le ha
puesto el sucio, se encuentra con el pastel. Por lo que grita, alarmada:
–¡QUÉ ASCOOOOOOOO! ¡Has sido tú! –dice,
mientras me señala–. ¡Ahora te jodes y me lo cambias!
Pero, para entonces, yo ya he requetechupeteado
mi vaso para que nadie se atreva a beber de él. ¡Ja, ja! ¡Se la lié!
En el fondo, ¡cómo echo de menos a mi
hermana desde que se fue de casa!, a pesar de que no lo admita. Aunque no he
venido aquí a contaros mis penas. He venido aquí porque mis padres me apuntaron
y no me apetece discutir mucho.
Y, colorín colorado, este cuento se ha
acabado, y seguramente acabe castigado.
Fin.
Lucas Nuño©
Ruiloba, 9 de oct. de 18
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