(Con palabras y
refranes obligados, en negrita.)
Vivo en un edificio en el que hay
treinta y dos viviendas. Una vez a la semana, un hombre llama a mi puerta a
pedir una limosna. Le doy una moneda y un poco de palique y él, después de
agradecérmelo, me comenta que está a punto de conseguir un trabajo y que su
suerte va a cambiar. Tanto si hace calor como frío, es más o menos nuestro tema
de conversación. Según él, su refrán: ande
yo caliente, ríase la gente.
En Navidad, trata siempre de
agasajarme deseándome lo mejor para toda mi familia. En esos momentos siento
una gran paz, por la sencillez de sus palabras.
Esta relación semanal se viene
alargando ya desde hace aproximadamente seis años. Mis vecinos, y también en mi
casa, me comentan que soy tonta y que a mi puerta es a la única que llama, que
tiene un coche que no está nada mal y que desayuna de cafetería.
No creo que yo sea una persona
especial, pero sí un poco de esperanza. ¡Qué verdad es que el hombre más rico
es el que sabe lo que va a hacer mañana!
Espero que el verano cambie su
suerte.
Mari Carmen Bengochea ©
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