Papá se ha comprado un enorme
catalejo –corrijo: le ha regalado a mamá un enorme catalejo por su cumpleaños–,
aprovechando que, dentro de dos días, habrá eclipse de luna. Qué casualidad,
¿verdad? Esto lo ha hecho en otras ocasiones. Una vez, antes de que yo naciera,
llegó a casa muy contento con un gran paquete:
–¡Eli, Eli, mira lo que te traigo!
Mamá
lo abrió. ¡Sorpresa!: era un loro verde, con jaula y todo. Lo devolvió al día
siguiente y se compró un bolso de un tal Vuitton. En otro cumpleaños:
–¡Eli, Eli, mira lo que te traigo!
En
esta ocasión era un órgano, con su taburete y todo; en otra, un gran acuario,
con peces, claro, piedrecitas en el fondo, plantitas, tubos que hacían
burbujas, hasta un mini hombre buzo. Esta vez mamá lo cambió por otro bolso de
un tal Loewe, y así casi siempre. Mamá tiene un armario lleno de bolsos. Cuando
a papá se le antoja algo... ¡Eli, Eli, mira lo que te traigo!
Mamá,
en esta ocasión, al abrir el paquete y ver el catalejo, como de costumbre,
frunció el entrecejo y sonrió:
–Gracias, pero ¿para qué quiero un
catalejo?
–Para que contemples el firmamento
por la noche y te relajes viendo las estrellas después de un duro día con los
niños, cariño.
–Sí, claro, o algún marciano también
–respondió mamá.
Okupa
y yo, contemplábamos la escena y el catalejo. Lo colocaron en el despacho de
papá, en el desván, frente a una gran ventana. Nos advirtieron que no era un
juguete, así que ni se nos ocurriera tocarlo. Esa noche, Okupa me preguntó:
–Criz, ¿qué es un “murciano”?
–Un señor de Murcia, ¡no te digo! Se
dice marciano o alienígena; un ser de otro planeta, como tú .
–¿Cómo zon, Criz?
–Son cabezones, culibajos,
paticortos, pies planos..., ¡como tú!, todo un regalito. La diferencia es que
ellos son verdes.
Esa
tarde, durante la merienda, Okupa y yo, frente a frente y viéndole engullir
galletas como al monstruo de las mismas, se me ocurrió un plan. Esa misma
noche, mientras todos dormían, entré en la habitación de mi hermano con mi caja
de pinturas de cera Manley. Tuve suerte, estaba boca arriba y sus manitas sobre
el pecho y, como duerme como un tierno infante..., cogí la pintura de color verde
fosforito y le pinté cara y manos. Apenas se movió, el pobre, ¡qué bien me
quedó! A la mañana siguiente, se oyeron gritos desde el baño del Okupa. Se
había visto en el espejo, subido en su taburete, al lavarse los dientes. Bajó
las escaleras hacia la cocina, llorando y diciendo:
–¡Zoy un murciano, zoy un murciano,
no tiero zer un “murciano indígena”, zoy vede, vede!
La voz
de mamá sonó como una sirena de bomberos...
–¡CRIIIIIISSSSS!
Me
castigaron.
Ana Pérez Urquiza ©
No hay comentarios:
Publicar un comentario