domingo, 11 de noviembre de 2018

ALIENÍGENA

           


Difícil palabra nos asigna nuestro director para trabajar el escrito de este mes. Se me ocurren pocas ideas que desarrollar para un texto. La palabra, alienígena, me sugiere poco; pero después de darle unas vueltas, mi mente encuentra un par de vías para escribir sobre ella. Son recuerdos almacenados en mi memoria y que la palabra, etimológicamente y conceptualmente muy potente, ha fijado en mí como referentes culturales importantes, lo suficiente para que muchos años después aún los recuerde. Son dos, y seré breve, ya que son recuerdos que duermen en mi memoria desde hace veinte y treinta años, y el paso del tiempo los ha difuminado un poco. 

         El primero es de mi preadolescencia. Recuerdo la chimenea, mi pijama y, fuera, la noche oscura, que rodeaba la casa en la que crecí hasta que, años después, el alumbrado público llegó. Si cierro los ojos, puedo recordar el sonido del vídeo Beta, rebobinando la cinta alquilada esa mañana de sábado. La película era La guerra de los mundos, basada en el libro de título homónimo de H. G Wells, la primera novela que, desde la óptica de la ciencia-adivinación, trató de recrear lo que podría ser la llegada de una invasión alienígena a la tierra. Poco puedo añadir de la potencia de la obra, adaptada magistralmente al cine con los medios de 1953 y ganadora de un Oscar por sus efectos especiales. Pero no fue la película lo que más me impactó, que fue mucho, sino la curiosidad que vino después y me llevó a conocer la historia detrás de la obra original en la adaptación radiofónica. Un genio como Orson Welles fue capaz de hacer creer a buena parte de la nación en 1938, mucho antes de la llegada de la televisión, que una invasión alienígena estaba derrotando al ejército de los Estados Unidos. Como argumentos para crear una de las mayores histerias colectivas de la historia de la humanidad, una emisora de radio, una voz inconmensurable, rudimentarios efectos especiales sonoros y una magnífica adaptación del texto escrito cuarenta años antes. El asombro que la potencia de la palabra alienígena y sus consecuencias tuvieron en un muchacho de trece años fue grande.

            El otro referente que tengo sobre tan difícil palabra no es sobre su significado, sino más bien sobre su etimología. Sobre lo que significa para el estudio y la filología. Y me llegó hace veinte  años, más de diez después del asombro de La guerra de los mundos, y fue a través del escritor que más me marcó al dejar la juventud atrás: don Miguel de Unamuno, al que me resisto a quitar el don; para mí, siempre será don Miguel.

            Atraído por sus novelas, que leí una tras otra, terminé por leer su escritos más filosóficos y, sin entenderlos, pero adivinando en ellos un profundo pensamiento, me propuse leer sus obras completas, encontrando en ellas un título sorprendente: Del elemento alienígena en el idioma vasco. Me sorprendió encontrar en el título de un ensayo escrito en 1885 la palabra alienígena, que yo creía que había nacido con las novelas de ciencia ficción y que resulta que tenía un uso culto más allá del sinónimo literario de extraterrestre. De lo poco que entendí del profundo ensayo de don Miguel fue que la palabra alienígena hace referencia a los originarios de otra tierra, como antónimo de aborigen, que, aplicado a la filología, trata de la influencia de unas lenguas en otras; y lo peor para un joven de veinticinco años, descubrir que los problemas identitarios que hoy tiene España, y en los que se han utilizado las lenguas como elemento de división y no de enriquecimiento, vienen de atrás, de muy atrás. Hace referencia Unamuno en esta obra a que entonces el euskera no tenía ni siquiera fonética, que estaba en elaboración. Además, me llamaron la atención un par de cosas. La primera, el esfuerzo desinteresado de filólogos por recuperar esa lengua unificando los dialectos que en cada valle se utilizaban y dotando de un léxico actualizado al euskera, buscando las palabras que pudieran asimilar del castellano los conceptos científicos. También me llamó la atención que, hace 130 años, un hombre sabio, una mente lúcida, se sintiera alienígena en su tierra, tanto en Salamanca por defender la necesidad de recuperar la lengua de los vascos, como en Bilbao por vaticinar lo que sucedería un siglo después con estas palabras: "la recuperación austera y desinteresada de la lengua será un arma de combate para las pretensiones y aspiraciones regionalistas".

Así es cómo una palabra tan especial define sin lugar a duda la frontera entre lo que es de aquí y lo que no, y cómo, de un lado de esa frontera, lo alienígena da miedo en la voz de Orson Welles y desesperanza en las palabras de Unamuno; y cómo, del otro lado de esa frontera, poco se ha escrito y dicho, pues no encuentro ningún sinónimo amable de alienígena para demostrarnos que lo que no es de aquí también nos puede aportar valor y esperanza.

Santos Gutiérrez ©

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