domingo, 11 de noviembre de 2018

EL ALIENÍGENA





VAVÚ llevaba tiempo investigando planetas en su galaxia y le tenía subyugado uno pequeñito y de un color inigualable. Se dijo que tenía que ir a investigarlo; además, por si tuviese la fortuna de encontrar vida en él.

            Sintió que era el día. Bajó al sótano del edificio casi de cristal en que vivía en el haz de luz. Después de dejar constancia de su identidad en la máquina que le taladró sus bellos ojos esmeralda, el encargado de tutelar los discos de energía le dio uno en un maletín de titanio. Se puso su traje espacial plateado, cogió de una estantería unos sobres de comida deshidratada y se fue hacia su platillo volante, no sin antes llenar el tanque de agua.

            Se sentó ante del panel de mandos y puso en el lugar correspondiente el disco de energía. ¡EN MARCHA! Salió al exterior desde donde veía a cientos de platillos parecidos al suyo dirigirse al GRAN EMBUDO. Unos salían y otros entraban. VAVÚ fue engullido como los demás. Aquello los iba distribuyendo con muchos ramales hacia la parte de la galaxia que quisieran ir, dándoles un impulso extremo, y después se tenían que valer por ellos mismos.

            Cuando salió del embudo, se sintió aliviado; eran momentos de gran tensión y donde no veía nada.

            Dirigió la nave hacia el planeta pequeñito y de color precioso que tanto le había gustado. Dio tres vueltas alrededor y se percató de que el color era porque tenía mucha, mucha ¡AGUA! Vio que también había partes sólidas y decidió planear en una zona amarillenta. Sintió mucho calor y solo vio algunos pequeños seres de entre sus arenas y decidió probar otro lugar.

            Se dirigió a una zona que se veía muy, muy blanca. Era hielo, grandes zonas cubiertas y bloques que flotaban en el agua. Algo se movió junto a él: un ser grandote y del mismo color que no tenía buenas intenciones. Echó a correr y se subió de nuevo a su platillo. De todas formas, allí hacía mucho frío.

            ¿Qué serían esas partes del color de sus ojos? –pensó–. ¿Qué encontraría? Planeó de nuevo y contempló praderías y bosques de árboles parecidos a los de su planeta, y un río de agua que bajaba de las montañas circundantes, y le pareció un sitio muy bello.

            Cambió de lugar y descubrió, bajo una nube grande, una ciudad y a unos seres muy parecidos a él mismo. Vivian en unas casas altas o bajas y se metían en unas cajitas pequeñas que iban por unas cintas; todo estaba lleno de ellas. Y eran muchos, muchos seres.

            Fue descubriendo su mundo, vio muchos animales raros que convivían con ellos. Le llamaron la atención unos pequeñitos pero muy evolucionados. Ellos no necesitaban meterse en ninguna cajita, tenían alas y podían desplazarse a su antojo.

            De repente, algo grande y con alas inmensas y muchas ventanas pasó por encima de él. –¡Ah! Ya saben desplazarse en aparatos copiados de los animales con alas.

            Lo que más le impresionó fue toda aquella agua que tenían y vio que unas cajas grandes, con muchas cajitas dentro, iban de una  ciudad a otra y que cerca de ellos se metían en otras cajitas diminutas. –¡Ah! Saben ir por encima del agua.

            Descubrió montañas que echaban fuego y grandes tormentas con oleajes y vientos tremendos como donde él vivía, pero pensó que había descubierto un planeta con un SOL que les daba la vida, ni demasiado cerca, ni demasiado lejos…, justo a la medida para crear vida. ¡Un planeta frágil, pero muy bello!


                                       Mª EULALIA DELGADO GONZÁLEZ ©
                                                                                   Octubre 2018

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