VAVÚ
llevaba tiempo investigando planetas en su galaxia y le tenía subyugado uno
pequeñito y de un color inigualable. Se dijo que tenía que ir a investigarlo;
además, por si tuviese la fortuna de encontrar vida en él.
Sintió que era el día. Bajó al
sótano del edificio casi de cristal en que vivía en el haz de luz. Después de
dejar constancia de su identidad en la máquina que le taladró sus bellos ojos
esmeralda, el encargado de tutelar los discos de energía le dio uno en un
maletín de titanio. Se puso su traje espacial plateado, cogió de una estantería
unos sobres de comida deshidratada y se fue hacia su platillo volante, no sin
antes llenar el tanque de agua.
Se sentó ante del panel de mandos y
puso en el lugar correspondiente el disco de energía. ¡EN MARCHA! Salió al
exterior desde donde veía a cientos de platillos parecidos al suyo dirigirse al
GRAN EMBUDO. Unos salían y otros entraban. VAVÚ fue engullido como los demás.
Aquello los iba distribuyendo con muchos ramales hacia la parte de la galaxia
que quisieran ir, dándoles un impulso extremo, y después se tenían que valer
por ellos mismos.
Cuando salió del embudo, se sintió
aliviado; eran momentos de gran tensión y donde no veía nada.
Dirigió la nave hacia el planeta
pequeñito y de color precioso que tanto le había gustado. Dio tres vueltas
alrededor y se percató de que el color era porque tenía mucha, mucha ¡AGUA! Vio
que también había partes sólidas y decidió planear en una zona amarillenta.
Sintió mucho calor y solo vio algunos pequeños seres de entre sus arenas y
decidió probar otro lugar.
Se dirigió a una zona que se veía
muy, muy blanca. Era hielo, grandes zonas cubiertas y bloques que flotaban en
el agua. Algo se movió junto a él: un ser grandote y del mismo color que no
tenía buenas intenciones. Echó a correr y se subió de nuevo a su platillo. De
todas formas, allí hacía mucho frío.
¿Qué serían esas partes del color de
sus ojos? –pensó–. ¿Qué encontraría? Planeó de nuevo y contempló praderías y
bosques de árboles parecidos a los de su planeta, y un río de agua que bajaba
de las montañas circundantes, y le pareció un sitio muy bello.
Cambió de lugar y descubrió, bajo
una nube grande, una ciudad y a unos seres muy parecidos a él mismo. Vivian en
unas casas altas o bajas y se metían en unas cajitas pequeñas que iban por unas
cintas; todo estaba lleno de ellas. Y eran muchos, muchos seres.
Fue descubriendo su mundo, vio
muchos animales raros que convivían con ellos. Le llamaron la atención unos
pequeñitos pero muy evolucionados. Ellos no necesitaban meterse en ninguna
cajita, tenían alas y podían desplazarse a su antojo.
De repente, algo grande y con alas
inmensas y muchas ventanas pasó por encima de él. –¡Ah! Ya saben desplazarse en
aparatos copiados de los animales con alas.
Lo que más le impresionó fue toda
aquella agua que tenían y vio que unas cajas grandes, con muchas cajitas dentro,
iban de una ciudad a otra y que cerca de
ellos se metían en otras cajitas diminutas. –¡Ah! Saben ir por encima del agua.
Descubrió montañas que echaban fuego
y grandes tormentas con oleajes y vientos tremendos como donde él vivía, pero
pensó que había descubierto un planeta con un SOL que les daba la vida, ni
demasiado cerca, ni demasiado lejos…, justo a la medida para crear vida. ¡Un
planeta frágil, pero muy bello!
Mª
EULALIA DELGADO GONZÁLEZ ©
Octubre
2018
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