domingo, 11 de noviembre de 2018

JOHN BARANDILLO




En estos tiempos que corren, damos todo por sentado, ya no apreciamos lo que tenemos. Al encender la luz, no pensamos “¡Wow! ¡El paso de electrones a través del filamento metálico de la bombilla hace que éste alcance tal temperatura que, gracias a que está en una minúscula cámara de vacío, la energía térmica se convierta en energía lumínica! ¡Y este fabuloso invento fue creado por Tesla, pero Edison le robó la idea y se hizo rico y famoso!”. No, ya nadie piensa en esas cosas. Ahora solo pensamos en nosotros mismos, y nos creemos que todo lo que tenemos a nuestro alrededor lo ha inventado un marciano. Por eso, hoy vengo a contaros esta historia, una historia que seguro que nunca antes habíais escuchado: la de Johnathan Barandich Armadillo, John Barandillo para los amigos.

Esta es la historia del hombre que inventó las barandillas. John Barandillo era el típico burgués de la época: un tipo alto, vestido de smoking, con monóculo, bastón, y un bigote de esos que ya no se llevan. Si todavía no os hacéis a la idea, imaginaos una mezcla entre el tipo del Monopoly, los detectives de Tintín “Hernández y Fernández”,  y José María Aznar. Y para situarnos, nuestro protagonista vivía en el Londres de una época situada entre el precámbrico y los ochenta, en un tiempo en el que los dinosaurios existían y los pantalones campana estaban bien vistos.

John salió de casa en dirección a la fábrica donde trabajaba, igual que cada mañana. Pero, como su cochero estaba de baja por maternidad, ese mes el camino al curro se le hacía más largo. Por suerte, tenía una magnífica, a la vez que sublime, tarjeta Renfe de diez viajes que le había costado la módica cantidad de veinte euros. Pero cuando bajaba las escaleras, se tropezó con un sucio triceratops y, al no haber barandillas, no tuvo nada a lo que agarrarse y se calzó una castaña de tres pares de limones. Tras semejante golpe, tuvo que ser ingresado de urgencia en el hospital más cercano.

Ya llevaba tres meses en el hospital poniéndose fino a morfina cuando le dieron de alta. Mientras daba un paseo de vuelta a casa entre punks y dinosaurios, vio a unos vándalos que colocaban una especie de barra metálica en las escaleras para, con ayuda de sus monopatines, poder bajarlas deslizándose por ella. Al ver esto, Johnathan Barandich Armadillo –John Barandillo para los amigos– se dio cuenta de que, si ese curioso artefacto amarrado a la escalera hubiese estado cuando él se cayó, podría haberse agarrado y con ello ahorrado semejante golpe. Sin más dilación, corrió a su casa para diseñar y posteriormente patentar ese invento.

Y eso hizo, pero, a pesar del gran éxito de esta invención, John nunca recibió un duro, y mucho menos la reputación y la fama que merecía. Y por eso, si os ofrecen caramelos en la puerta del cole, no los aceptéis.

Lucas Nuño ©

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