En
estos tiempos que corren, damos todo por sentado, ya no apreciamos lo que
tenemos. Al encender la luz, no pensamos “¡Wow! ¡El paso de electrones a través
del filamento metálico de la bombilla hace que éste alcance tal temperatura que,
gracias a que está en una minúscula cámara de vacío, la energía térmica se
convierta en energía lumínica! ¡Y este fabuloso invento fue creado por Tesla,
pero Edison le robó la idea y se hizo rico y famoso!”. No, ya nadie piensa en
esas cosas. Ahora solo pensamos en nosotros mismos, y nos creemos que todo lo
que tenemos a nuestro alrededor lo ha inventado un marciano. Por eso, hoy vengo
a contaros esta historia, una historia que seguro que nunca antes habíais
escuchado: la de Johnathan Barandich Armadillo, John Barandillo para los
amigos.
Esta
es la historia del hombre que inventó las barandillas. John Barandillo era el
típico burgués de la época: un tipo alto, vestido de smoking, con monóculo, bastón, y un bigote de esos que ya no se
llevan. Si todavía no os hacéis a la idea, imaginaos una mezcla entre el tipo
del Monopoly, los detectives de Tintín “Hernández y Fernández”, y José María Aznar. Y para situarnos, nuestro
protagonista vivía en el Londres de una época situada entre el precámbrico y
los ochenta, en un tiempo en el que los dinosaurios existían y los pantalones
campana estaban bien vistos.
John
salió de casa en dirección a la fábrica donde trabajaba, igual que cada mañana.
Pero, como su cochero estaba de baja por maternidad, ese mes el camino al curro
se le hacía más largo. Por suerte, tenía una magnífica, a la vez que sublime,
tarjeta Renfe de diez viajes que le había costado la módica cantidad de veinte
euros. Pero cuando bajaba las escaleras, se tropezó con un sucio triceratops y,
al no haber barandillas, no tuvo nada a lo que agarrarse y se calzó una castaña
de tres pares de limones. Tras semejante golpe, tuvo que ser ingresado de
urgencia en el hospital más cercano.
Ya
llevaba tres meses en el hospital poniéndose fino a morfina cuando le dieron de
alta. Mientras daba un paseo de vuelta a casa entre punks y dinosaurios, vio a
unos vándalos que colocaban una especie de barra metálica en las escaleras para,
con ayuda de sus monopatines, poder bajarlas deslizándose por ella. Al ver esto,
Johnathan Barandich Armadillo –John Barandillo para los amigos– se dio cuenta
de que, si ese curioso artefacto amarrado a la escalera hubiese estado cuando
él se cayó, podría haberse agarrado y con ello ahorrado semejante golpe. Sin más
dilación, corrió a su casa para diseñar y posteriormente patentar ese invento.
Y
eso hizo, pero, a pesar del gran éxito de esta invención, John nunca recibió un
duro, y mucho menos la reputación y la fama que merecía. Y por eso, si os
ofrecen caramelos en la puerta del cole, no los aceptéis.
Lucas Nuño ©
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