Andrea y Telmo trotaban acariciando
los lomos de sus ponis, guiados por el abuelo Higinio. La mañana lucía soleada
pero suave, en un paisaje otoñal: los nogales
iban tejiendo una alfombra marrón de hojas planas, grandes y estrelladas
que crujían bajo los cascos de los animalitos. El paisaje mostraba todos los
colores del arco iris, predominando el ocre y el rojo. Las moras, enredadas en
las ramas más altas de los arbustos, tentaban con sus frutos rojo-violáceos,
hinchados de jugo dulce. Los dedos de los hermanos se movían con frenesí
(mañana los pajaritos volarán sin rumbo, pío,
pío; pío, pío; pío, pío; chocarán unos contra otros y pum, teñirán los rastrojos de gris).
La abuela Tere ya ha elaborado las croquetas
de jamón cocido.
Los expedicionarios vienen cansados
de su periplo por el embalse de Ullíbarri
(Vitoria). Sus brazos son todo arañazos y sus pies, trastabillados. Van
de la mano del abuelo.
Mientras Andrea y Telmo cepillan los
ponis y les acercan al abrevadero, Higinio, el abuelo, rocía las moras con agua
fría: parecen rubíes. Los hermanos se lavan las manos a conciencia. Con las
directrices del abuelo, van desmenuzando la harina y la mantequilla. Extienden
las relucientes moras sobre la masa. El color dorado que adquiere en el
microondas es el reloj para liberarlo del calor. Faltan las natillas calientes
que enriquecerán, si se puede, el pastel:
miel sobre hojuelas.
Sobre un hule adornado de frutas y
vasos decorados de Mikey y Minnie,
Andrea y Telmo van sirviéndose croquetas y más croquetas. Higinio y Tere
les exhortan a que vayan con paciencia,
que todavía queda la tarta. Apenas beben agua.
Y
llega humeante, rezumando un aroma angelical, el postre celestial. Llenan sus
bols y, entre uf, uf, ay, ay, yummy,
yummy, van saboreando el pastel. Beben unos tragos de agua para que
les baje lo ingerido… y vuelven al postre. Con la mano izquierda en las
barriguitas, vuelven al bol, como pavos. A petición de Telmo, el abuelito
lo lleva al baño: vomita y vuelve a vomitar; después, se acurruca en el sofá.
Andrea manifiesta problemas
respiratorios: como un fantasma, surge la figura del vecino Valentín, que, por
un empacho gastrointestinal, estuvo días
ingresado. El taxi las acerca a urgencias. En el box número 8, le colocan el
suero y un edema. La niña mueve la cabeza como una posesa: No puedo res… En minutos que parecen horas, Andrea ocupa la cama 2 de la UCI. Está
entubada por arriba y por el abdomen. Los profesionales rompen la luz tenue con
sus batas verdes.
Amama,
no me dejes sola. Piel contra piel, la abuelita siente el arduo respirar de
Andrea. Se culpa de haberles dejado glotonear; sin embargo, se mantiene dulce.
El equipo facultativo la atiende con
desvelo, con total abnegación. Vigilan el catéter. A cada parpadeo de la niña,
las enfermeras le inyectan unas gotas de agua en la boca. Pensando en el
bienestar de la abuela, le ofrecen un paño para que hidrate el rostro de
Andrea.
Cada minuto que pasa es un avance.
La abuelita mantiene la tez de la niña como enriquecida con aloe vera. Vuelven
los facultativos; la luz ilumina algo más el dormitorio milagroso. Examinan el
instrumental; un médico recula: palpa el abdomen de Andrea y acaricia el hombro
de la abuela.
Isabel
Bascaran©
San
Vicente de la Barquera, 7 de diciembre de 2018
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