viernes, 14 de diciembre de 2018

PERSONAS BUENÍSIMAS




Afortunadamente, a lo largo de mi vida he tenido y tengo muy buenas personas a mi lado. Mis abuelos serían un buen referente, por su estilo de vida, su valentía y su buen corazón. Pero voy a contar una historia que alguien me contó.

Mariana y Jesús vivieron juntos, casados, sesenta y cinco años. Ella, bajando una mañana por las escaleras de su casa, sufrió un infarto. Él la alcanzó, la levantó como pudo y, casi a rastras, la subió a su habitación. Llamó al hospital y, después, a sus hijos. A toda velocidad, saltándose los semáforos sin respetarlos, llegaron al hospital. Pero para entonces, por desgracia, ya había fallecido. Durante el funeral, me dijo mi padre, uno de los hijos de Jesús no habló; su mirada estaba triste y apenas lloró.

Esa noche, todos los hermanos se quedaron en casa para hacer compañía a su padre. En el ambiente de dolor que se respiraba en la casa, comentaron con nostalgia anécdotas preciosas de su madre. El padre, sentado en su viejo sillón, escuchaba con gran atención. De pronto, pidió:

–¡Llevadme al cementerio!

–Papá –respondieron todos sus hijos–, ¡son las doce de la noche! No podemos ir al cementerio ahora, ¡son las doce de la noche!

El padre alzó la voz y, con los ojos llenos de lágrimas, dijo:

–Por favor, no discutáis con el hombre que acaba de perder a la que fue su esposa durante sesenta y cinco años.

Se produjo un momento de silencio. Con una linterna, fueron al cementerio. Llegaron a la lápida. El padre la acarició y rezó. Fueron muchos años juntos.

–Nadie puede hablar de amor verdadero si no se tiene la idea de lo que es compartir la vida con una persona buena. Ella y yo estuvimos juntos en aquella ocasión en que me quedé sin empleo. Hicimos la mudanza de nuestra pequeña aldea a la gran ciudad. La vi fregar día tras día para poder pagar estudios a nuestros hijos; cuidar enfermos sin interés alguno; abrazarnos en Navidad y perdonar nuestros errores. Hijos, ahora se ha ido y estoy contento. ¿Sabéis por qué? Porque se fue antes que yo. No tuvo que vivir la tristeza de quedarse sola después de mi partida.

Cuando el padre terminó de hablar, los hermanos tenían la cara llena de lágrimas comprendiendo lo que era una persona buena y dedicada toda su vida a los demás.


Mari Carmen Bengochea©

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