Afortunadamente,
a lo largo de mi vida he tenido y tengo muy buenas personas a mi lado. Mis
abuelos serían un buen referente, por su estilo de vida, su valentía y su buen
corazón. Pero voy a contar una historia que alguien me contó.
Mariana
y Jesús vivieron juntos, casados, sesenta y cinco años. Ella, bajando una
mañana por las escaleras de su casa, sufrió un infarto. Él la alcanzó, la
levantó como pudo y, casi a rastras, la subió a su habitación. Llamó al
hospital y, después, a sus hijos. A toda velocidad, saltándose los semáforos
sin respetarlos, llegaron al hospital. Pero para entonces, por desgracia, ya
había fallecido. Durante el funeral, me dijo mi padre, uno de los hijos de
Jesús no habló; su mirada estaba triste y apenas lloró.
Esa
noche, todos los hermanos se quedaron en casa para hacer compañía a su padre. En
el ambiente de dolor que se respiraba en la casa, comentaron con nostalgia
anécdotas preciosas de su madre. El padre, sentado en su viejo sillón,
escuchaba con gran atención. De pronto, pidió:
–¡Llevadme
al cementerio!
–Papá
–respondieron todos sus hijos–, ¡son las doce de la noche! No podemos ir al
cementerio ahora, ¡son las doce de la noche!
El
padre alzó la voz y, con los ojos llenos de lágrimas, dijo:
–Por
favor, no discutáis con el hombre que acaba de perder a la que fue su esposa
durante sesenta y cinco años.
Se
produjo un momento de silencio. Con una linterna, fueron al cementerio. Llegaron
a la lápida. El padre la acarició y rezó. Fueron muchos años juntos.
–Nadie
puede hablar de amor verdadero si no se tiene la idea de lo que es compartir la
vida con una persona buena. Ella y yo estuvimos juntos en aquella ocasión en
que me quedé sin empleo. Hicimos la mudanza de nuestra pequeña aldea a la gran
ciudad. La vi fregar día tras día para poder pagar estudios a nuestros hijos;
cuidar enfermos sin interés alguno; abrazarnos en Navidad y perdonar nuestros
errores. Hijos, ahora se ha ido y estoy contento. ¿Sabéis por qué? Porque se
fue antes que yo. No tuvo que vivir la tristeza de quedarse sola después de mi
partida.
Cuando
el padre terminó de hablar, los hermanos tenían la cara llena de lágrimas
comprendiendo lo que era una persona buena y dedicada toda su vida a los demás.
Mari Carmen Bengochea©
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