jueves, 17 de enero de 2019

ABUSO




            Te odio, te desprecio, te aborrezco. Os aprovecháis todos de que soy mujer, casi una niña, y no tengo vuestra fuerza ni la libertad para huir. Y encima tengo que aguantar esa patética pose tuya de prepotencia e indiferencia, ese supremo egoísmo en el que sólo cuentas tú. Me utilizáis todos, pero sobre todo me utilizas tú. Echas sobre mí tu aliento nauseabundo y clavas en mí tu mirada asquerosa cuando me veo obligada a humillarme y tocar tu cuerpo repugnante. ¿Sientes las arcadas que me asaltan nada más plantarme ante ti? ¿Te das cuenta de los esfuerzos inhumanos que he de hacer para no vomitar cuando te veo avanzar lentamente hacia mí? ¿Percibes la aversión, la repugnancia, la náusea que rebosa por cada uno de los poros de mi piel en tu presencia? No, tú no, tú eres insensible a todo lo que no seas tú mismo. Te tengo miedo y eso te basta. ¡Qué gran victoria: una niña de dieciséis años atemorizada ante ti, el ser más inmundo y despreciable sobre la Tierra!  

            Ni se te pasa por la cabeza que yo debería estar jugando con amigas; ni puedes concebir que debería estar tonteando con chicos de mi edad, enamorarme. No, tú no, egoísta repulsivo; tú, la peor pesadilla con la que hubiera podido soñar. Me das asco; así de claro te lo digo porque necesito decírtelo, aunque a ti te dé igual. Ya sé que para ti no soy más que una esclava que utilizas únicamente para satisfacer tus necesidades y que, de no ser porque me necesitas, si pudieras, me matarías. De hecho, siempre que estamos juntos temo que, en cualquier momento, sin hacer yo nada para provocarlo, te dé un arrebato y lances contra mí tu ira, tu fuerza, tu salvaje inhumanidad y me destroces.

            ¡Qué sabrás tú de mis súplicas a mis padres para intentar cambiar mi destino! ¡Qué sabrás tú de mis llantos por las noches, de mi impotencia para evitar la injusticia que conmigo iban a cometer entregándome a ti! ¡Qué sabrás tú de los sueños rotos de una niña, arrojados a la maloliente letrina de mi cotidiana realidad!

            Llega la hora temida en que debo volver a ti. No puedo hacerte esperar, porque te pones furioso y aún me das más miedo. Me pongo el mono azul, las botas de agua, los guantes de látex, y cojo los dos cubos llenos de pienso, me adentro en la mierda de tu pestilente pocilga y me humillo sirviéndote la comida. Dieciséis años. ¡Qué culpa tendré yo de ser la hija del granjero! ¡Cerdo, más que cerdo!


José-Pedro Cladera©

No hay comentarios: