La ciudad estaba llena de carteles con tu foto. Tu
familia de acogida estaba desesperada, habías desaparecido y no había rastro
alguno de ti. Ofrecieron una recompensa económica elevada: sin resultado;
silencio y tristeza y casi el olvido. Habían perdido la esperanza de
encontrarte, solo quedaba algún recuerdo de tus travesuras.
Estabas desnutrido, sucio, temblando de frío y muy
asustado. Alguien se acercaba, aumentaba tu miedo. Eran dos personas. Se bajaron
de una moto e inmediatamente te rodearon, te acariciaron, tranquilizaron y
quitaron las gruesas cadenas que te mantenían cautivo.
Bebiste agua y comiste dos barritas de cereales. Tus
ojos, tristes y llorosos, empezaban a brillar; no tenías dudas, habían venido a
salvarte y a liberarte del maltrato continuo que llevabas soportando durante
dos largos años.
Empezaron a llegar más personas. Una de ellas te
tomó el pulso y te miró la boca, ojos y oídos. Sacó una jeringuilla y tomó una
muestra de sangre, que entregó de inmediato para que fuera llevada al
laboratorio, para hacer el análisis pertinente y saber el estado en que te
encontrabas.
Lograron ponerte de pie. Tus piernas temblaban y,
en los primeros momentos, fue complicado mantenerte derecho. Poco a poco, lo
lograste. Tu confianza era cada vez más grande, ya no temías nada.
Te hablaban con mucho cariño y decidieron
trasladarte a otro lugar, para cuidarte y hacer un seguimiento de tu evolución.
Un coche se detuvo en las inmediaciones de la finca
y salieron dos individuos que, después de leerles sus derechos, fueron
detenidos y esposados y se los llevaron a toda prisa.
Mirabas todo con mucho interés. Era una situación
extraña, estabas rodeado de gente que estaba pendiente de ti en todo momento.
Deseabas marchar cuanto antes, el lugar era muy
desagradable y, cuando quedabas pensativo, recordabas el dolor, la soledad, la
sed y el hambre; te angustiabas y se escuchaban tus lamentos, que estremecían a
las personas que te rodeaban y de nuevo trataban de calmarte con caricias y
bonitas palabras que te reconfortaban.
Te trasladaron en un vehículo especial, acompañado
de tus rescatadores. El viaje se te hizo corto; estabas contento y muy animado;
lo que te esperaba era bueno y lo sabías.
Habías recuperado las fuerzas y entraste a la casa.
Una mujer, vestida como tus rescatadores, se acercó, te besó en la cara y te
llevó al fondo, donde había un colchón mullido y te tumbaste y ella misma te
tapó con una manta. Quedaste tan a gusto que te dormiste.
Despertaste al día siguiente, te incorporaste, comiste
y bebiste. La puerta estaba abierta y saliste a explorar el exterior. El jardín
era inmenso y había muchas flores de colores, mariposas y pájaros revoloteando
sobre los árboles. Saltabas de alegría.
Se acercaba un coche, agudizaste el oído y saliste
corriendo. La puerta se abrió y salieron tres personas: una pareja y un niño.
Esas voces te resultaron familiares, te llamaban por tu nombre y se acercaron a
toda prisa, gritando de alegría. Se tiraron al suelo y te abrazaron.
La pesadilla había acabado. Te despediste de tus
rescatadores a lametazos, entre risas y caricias. Subiste al coche con tu
familia, regresabas a casa.
En un juicio rápido, condenaron a los dos
detenidos, por tu secuestro y el maltrato que te causaron, a cinco años de
cárcel, con cumplimiento íntegro de la pena y sin beneficios penitenciarios.
Salías en las noticias. Indagaron en tu pasado y
descubrieron que habías sido un perro policía, dedicado al rescate de personas
desaparecidas; con muy buenos resultados, por lo que fuiste condecorado en
multitud de ocasiones y por lo cual te sentías muy orgulloso.
Eras un perro muy famoso, con un currículum
impresionante.
Nieves Reigadas©
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