jueves, 17 de enero de 2019

SIMPLEMENTE ADIÓS





Las campanas anunciaron el año nuevo de manera agridulce. Los gritos de felicidad de los vecinos deseándose “feliz año nuevo”, enmarcados con besos sonoros, llenaron de eco el silencio del apartamento. La televisión se  inundó de sonrisas (dibujadas por cirujanos), besos (vacíos), copas y buenos deseos (prefabricados por un gran guionista) y él me sonreía, como si fuéramos felices, como si fuera todo un cuento de hadas.

¿Quién dijo que tienes que ser feliz porque empieza el año? Para mí, es un año nuevo, que no iba a disfrutar o simplemente sobrevivir. Mi fecha de caducidad estaba llegando a su fin (07/01/2019 – 00.00 horas). En mi corta vida había sido… ¿feliz?

 Creo que diría que viví pensando que algo increíble iba a llegar y simplemente no disfruté del viaje. Siempre había escuchado a mi madre: “disfruta de cada día, que es un regalo”; pero como era precisamente mi madre y no... alguien de la calle, no le hice caso y ahora, paradoja del destino, el final se aproxima y mi mayor anhelo es tener más tiempo para disfrutar de mi familia.

La verdad es que ahora no sé ni cómo despedirme. Miré a mi alrededor, encontré esos ojos que tantas veces me enamoraron, llenos de odio; esos labios que tantas veces me dijeron te quiero, ahora solo me decían si gritas, te mato; las manos que tanto estrechaba por la calle para dar un paseo y que el mundo supiera que nos amábamos, ahora me habían tatuado la piel a golpes.

Al otro lado, el teléfono, con una llamada pendiente: “mamá”. Escondo en lo más profundo estos sentimientos de tristeza, pero sobretodo mi miedo, y busco esa mirada de aprobación para descolgar mi propio teléfono. Sube el volumen de la televisión y abre las ventanas para que entren mejor los sonidos de los vecinos. Al responder, suspiro profundamente, le miro a los labios y me dice:

–Si dices algo, te mato ahora mismo y me deshago de ti para que tu familia no pueda ni llorarte.

Escucho muchísimo ruido y la voz que siempre me tranquiliza:

            –Feliz año, mi vida. ¿Te comiste las uvas? ¿Estaban buenos los chipirones? Espera, que ahora te paso; toda la familia quiere oírte, te pongo en alta voz.

–Espera, mamá…

            –Cariño, te oímos todos…

            –Hola, familia, FELIZ AÑO NUEVO. ¿Qué tal la cena?

            –Genial, prima…

            –Te echamos de menos, pequeñaja…

            –Tenías que haber venido, que uno más en la mesa entra, y Javi come poco.

            –El 6, con los Reyes, tienes que venir a comer el rosco…

Y así más de diez minutos escuchando a mi ruidosa familia cómo me echaban de menos y lo bien que han cenado.

            –Cariño, ya solo te escucho yo. ¿Te encuentras bien?

Más asustada que sorprendida, le dije que sí, que solo era que la echaba de menos, que me había dado cuenta de hasta qué punto la había ignorado y que la quería mucho, que fuera feliz pasara lo que pasara y que cuidara de papá.

            –CARIÑO, CARIÑO… ¿ESTÁS BIEN? RESPÓNDEME…

Pero solo escucho un golpe y los toques del teléfono informando que la habían colgado.

Apareció de la oscuridad. No me dio tiempo ni a colgar cuando su navaja se insertó en mi corazón una y otra vez mientras me susurraba al oído que era suya, que nadie más volvería a verme o escucharme, porque era mi dueño; que yo había provocado esto; que él me iba a regalar por Reyes una muerte rápida, pero había sido mala, me había despedido de mi madre y, como él era mi dueño, él decidía, no yo. Simplemente pude decirle:

–“TÚ NO ERES MI DUEÑO, ERES MI ASESINO”.

Jezabel Luguera©

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