jueves, 17 de enero de 2019



Ave, María:

Después de olerla y extender la mirra sobre tus manos un poco ásperas, abres la carta y, despacito, tímidamente, comienzas la lectura una vez los tres Sabios se han despedido.

  Madre amantísima, madre piadosa…, he sufrido tres intentos quirúrgicos para quedarme embarazada con tratamiento hormonal, extracción de óvulos, congelación de ellos… Ya ves en qué época tan avanzada vivimos. Aunque los adelantos científicos no siempre son fructuosos, a pesar de que te hunden en la miseria económica y anímica.  

También tú –pienso– sufriste, en contraposición: por estar embarazada; pero tu fe te llevó a exclamar: Hágase tu voluntad.

Cada día, al finalizar las labores del hogar: preparar los tortos en el lar, limpiar las virutas y el polvo de la casa, zurcir el sobretodo de José, frotar y frotar las cacerolas…, confeccionabas con una saya usada las camisetitas o los faldoncitos. Te saltaban lágrimas de alegría cuando veías el ajuar del bebé; no obstante, pedías y pedías…, intercedías para que José te abrazara al finalizar la larga jornada. Suplicabas que las vecinas no cuchichearan al verte embarazada.

  María, ¿a quién acudías, a quién le contabas lo que sentías cuando el bebé te saludaba con sus caricias?  Al principio, hablarías con los geranios multicolores de tus macetas, con los petirrojos que picoteaban las migas de pan… Y corriste a felicitar a tu prima Isabel. Y entonces, sí. Os confesaríais vuestras vivencias conocidas, e incluso las secretas. Por fin, fue José el  que, con sus manos  callosas pero su corazón aterciopelado, abarcó el  fruto de tu vientre. ¡Qué felicidad la tuya!

Todas las noches acudo a ti porque sé que en tu eternidad misteriosa hay un diálogo con tu hijo y que tendrás a bien concederme el milagro de la vida.

Un abrazo de hija henchida de gozo y esperanza.
             
                   Isabel Bascaran©
                   San Vicente de la Barquera, a 9 de enero de 2019

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