jueves, 17 de enero de 2019




Contacté contigo por Internet. Vi tus fotos y videos; te mostrabas juguetona, traviesa. Ojos negros, como dos azabaches, limpios, sinceros, inocentes. Muy blanca, pelo liso. Me atrajiste, sentí tu magnetismo y en ese instante decidí que tú ibas a ser para mí.

Vendrías de Aragón, concretamente de Huesca, al día siguiente, a primera hora de la mañana. Era febrero, hacía mucho frío; en tu tierra nevaba, pero vendrías abrigada, embutida en tu trajecito nuevo.

La noche anterior a tu llegada, apenas pude conciliar el sueño, imaginando nuestro primer encuentro. Por fin, llegó la ansiada mañana. Sonó la campanilla. Te recibí en bata. Se abrió la puerta del coche en el que viajabas.

Te miré, me miraste, me recorrió un estremecimiento desde el espinazo hasta las sienes, y bajó hasta las uñas de mis pies. Ahí estabas, ingenua, pequeñita. Te abracé delicadamente, gemiste.

Ya en casa, te quité tu recién estrenado trajecito de color gris perla. Temblabas. Al tenerlo entre mis manos, comprobé, con cierta indignación, que era un calcetín adaptado a tu diminuto cuerpecito de tres meses, con cuatro sendos agujeros para tus patitas y otro para tu cabeza, mi pequeñita “Bichón Maltés”.

Ya de esto han pasado, demasiado rápido, siete maravillosos años a tu lado, no tú al mío. Dándome todo tu cariño desinteresado, juguetona, glotona, activa, mimosa... Mi querida compañera perruna.


                                                                                  Ana Pérez Urquiza©

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